Algunos dichos pueden ilustrar de manera gráfica la relación de dependencia que -se percibe- tenemos con los Estados Unidos de América.
El periodista Nemesio García Naranjo escribió, “¡Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos!” Y el economista Agustín Cartens, ex secretario de Hacienda, acuñó la frase, “si a Estados Unidos le da catarro, a México, pulmonía”. Una relación histórica de “vecinos distantes” como la describió Alan Riding, evidencia las tortuosas relaciones entre ambos países.
Podemos estar de acuerdo o no sobre los calificativos que dichas frases les asignan a las realidades referidas. Pero como conocedores o testigos del devenir histórico, estaremos de acuerdo en que, la política de los Estados Unidos de América siempre ha tenido un impacto significativo político, económico, social y cultural en México.
No sin razón, el embajador de México ante la Organización de las Naciones Unidas ONU, Adolfo Aguilar Zinser dijo que, mientras existiera en el gobierno mexicano quienes pensaban que debíamos seguir “tragando camotes” frente a los vecinos del norte (2007), México seguiría siendo “el patio trasero de los Estados Unidos”.
La veracidad de este análisis, a pesar del tiempo transcurrido, no se encuentra lejos de lo que hemos vivido ante la política que, como presidente de los EUA, desplegó Donald Trump en el periodo 2017-2021. La misma que ya anunció que aplicará una vez que asuma su segundo periodo en el liderazgo del país más poderoso del mundo: me dio resultados, repito la receta. En el juego de dominó se practica la regla de las tres “R”: respeta la mano, repite la jugada, rechina al contrario.
En efecto, la amenaza de los aranceles para obligar a México a parar la migración hacia EUA y el uso de nuestro territorio y recursos presupuestales como “tercer país seguro”, le rindió jugosos frutos frente al gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Conocida fue la expresión de Trump, en una entrevista sobre este pasaje, en el tenor de que, nunca había visto a un gobierno extranjero “doblarse” tan rápidamente ante sus exigencias.
No debemos pasar por alto que, los aranceles, la migración, la seguridad fronteriza y el narcoterrorismo han sido temas recurrentes en la agenda del presidente Trump en su relación con México, Estas políticas determinaron que, el 2019, México aceptara -sin haber firmado un acuerdo, como confesó Marcelo Ebrard- recibir a los deportados de EUA, como tercer país seguro; y a utilizar la Guardia Nacional como parte del muro de Trump para proteger de la inmigración a los EUA.
De sobra se ha publicitado explícitamente, la manera en la que indignamente se doblegó el gobierno de Andrés Manuel López Obrador ante la amenaza de la imposición de un 25% de aranceles a todos los productos mexicanos, así como las condiciones “inaceptables” que el gobierno mexicano finalmente terminó aceptando. El recién electo presidente estadounidense para un segundo periodo, ha sido muy claro en sus objetivos con México.
Quiere continuar su muro y que México pague por él, mediante el uso de nuestra Guardia Nacional como policía fronteriza, como ya ocurrió. Que México reciba al mayor número de deportados y solicitantes de ingreso, manteniéndolos en suelo nacional a costa de nuestros impuestos. También ya ocurrió mediante el programa Quédate en México. Y que el gobierno mexicano detenga o “regule” el trasiego de estupefacientes, lo cual se antoja harto difícil, dados los antecedentes y todo lo que implica la política de “abrazos, no balazos”.
Las tensiones y los efectos se harán sentir. No está lejos una política comercial agresiva, ni la probable e intimidante designación de los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas, ni el fortalecimiento del programa Quédate en México. En este lado de la frontera se debería asumir decisiones asertivas. La presidente Claudia Sheimbaun tendría que valorar con sumo cuidado, sus expresiones públicas y las acciones del gobierno, no sólo frente al Coloso del Norte, sino también frente a los otros poderes, la oposición y la sociedad civil.
De persistir la debilidad manifiesta que padece en la toma de decisiones legislativas, gubernamentales, políticas y hasta partidistas, estará incapacitada para asumir una postura congruente de política exterior. Entre las que esbozó en su momento Aguilar Zinser:
1) El activismo multilateralista con base en el derecho internacional; opción que otrora le diera buenos resultados a México, es de largo plazo, poco apta para improvisados. 2) Una postura defensiva ante EU; no se prevé fácil ni con buena perspectiva en el corto plazo, dadas nuestra debilidades políticas, bien documentadas por nuestros vecinos. Y 3) una actitud abiertamente proestadounidense; que en los hechos le está vetada a México, por los compromisos con el Foro de Sao Paulo y los acuerdos con los BRICS.
No es un panorama ciertamente halagüeño ni una alternativa para el ideologismo. Debería de atenderse con todo dedicación, por un grupo experimentado de alto nivel, que pudiera tener la libertad de hacer las recomendaciones necesarias tanto en política exterior como doméstica. Un equipo que no se ve por ningún lado, dadas las características autoritarias y poco institucionales del régimen. Algo que se irá haciendo proporcionalmente más sombrío, en la medida de su cercanía con el 20 de enero que se acerca.
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