/ lunes 8 de julio de 2024

Libertas Capitur / La estrategia perfecta 

Nos equivocamos al pensar que el presidente Andrés Manuel López Obrador tomaba decisiones desinformadas, o malamente intuitivas, o producto de un perfil visceral o colérico.

Fue la interpretación que al inicio del sexenio pareció sugerir la cancelación del emblemático aeropuerto de Texcoco a los analistas. No acertamos a entender el mensaje profundo que mandaba el entonces flamante Presidente, dirigido al corazón del sistema político mexicano.

Nos equivocamos al no entender que dichas decisiones correspondían a una elaborada estrategia de construcción de poder unipersonal, para sí y su cauda de seguidores, familiares e incondicionales, basada íntegramente en criterios de poder, no en objetivos de desarrollo económico o social.

No supimos interpretar que la Cuarta Transformación es un proyecto de desmantelamiento de las instituciones de México y de empoderamiento del estilo personal de gobernar de Andrés Manuel López Obrador, para garantizar su transexenalidad conforme a los objetivos del Foro de Sao Paulo (FSP). Se trata estrictamente de un proyecto de continuidad personal en el poder.

No es la idea enseñar el petate del muerto. No es ningún trasnochado espectro comunista anunciando el fin de la propiedad privada. Es avistar la ruta que México eligió en la reciente elección, la misma de los países pertenecientes a esta organización internacional de partidos y grupos políticos de izquierda de América, fundada en 1990.

A la fundación del FSP acudieron 48 partidos, de los cuales sólo uno ejercía el poder: el Partido Comunista de Cuba de Fidel Castro, que todavía hoy se mantiene en el gobierno con Miguel Díaz-Canel, títere del castrismo. Una dictadura de 75 años.

Sólo ocho años más tarde, Hugo Chávez asumió el Ejecutivo en Venezuela e inauguró una dictadura que hoy preside Nicolás Maduro, quien hubiera sido títere de Chávez si el cáncer no lo hubiera impedido. El Partido Socialista Unificado de Venezuela lleva ya 25 años en el poder.

Y no fue para nada coincidencia que una vez que Chávez fue preso por el intento de golpe de Estado en 1992 contra Rafael Calderas, el líder del FSP Fidel Castro condenó la asonada militar. Pero sorprendentemente, en 1994, recibió a Chávez en La Habana, con honores dignos de un Jefe de Estado.

El interés de Fidel Castro por Venezuela fue desde siempre el petróleo y los petrodólares, lo mismo con Calderas que con Chávez y Maduro. A cambio, Cuba operó las Misiones de Salud en suelo venezolano (¿les suena a “médicos cubanos”?), a favor del régimen chavista.

El entonces presidente de Venezuela no pudo haber sido más elocuente, cuando habló del líder cubano el 2005: "Es para mí un padre, un compañero, un maestro de estrategia perfecta". Eso es lo que el FSP ha construido en 34 años de existencia: una clase política latinoamericana que diseñó una estrategia perfecta para hacerse del poder.

Veinte años después de la fundación del FSP, suman 13 los partidos y movimientos de izquierda que gobiernan en América Latina (incluidos Cuba, Venezuela y México). Han usado al dedillo la “estrategia perfecta” que llevó a Chávez al poder, con excelentes resultados. Verbi gratia:

El Movimiento al Socialismo de Bolivia, con Evo Morales y Luis Arce, tiene 18 años en el poder; el Partido de los Trabajadores y Partido Comunista de Brasil, con Luiz Inácio Lula da Silva, suman 15 años en la presidencia y 22 en posiciones de poder; el Frente Sandinista de Liberación Nacional y la dictadura sandinista de Daniel Ortega, en Nicaragua, acumulan 29 años.

Es evidente que, no se caracteriza a los países del FSP por ser sólo socialistas o comunistas, sino más bien por ser regímenes populistas y de corte dictatorial: un líder fuerte, arbitrario y dueño de la verdad, con su familia en posiciones de poder; un partido hegemónico bajo su liderazgo; una clase política subyugada por el encanto del poder y el miedo al castigo; y una base social dependiente de las dádivas gubernamentales.

La estrategia es perfecta porque los gobernantes formados en este esquema, saben administrar las necesidades de su pueblo puntualmente, estimular sus animadversiones contra la oposición y usar el poder público con alevosía para ganar elecciones sin ningún escrúpulo.

Es perfecta porque tuvieron éxito al desmantelar todas las instituciones y los contrapesos democráticos y republicanos; inutilizar a todos los actores políticos, económicos y sociales; desacreditar a la oposición; armar una estructura electoral personal e institucionalizar un método efectivo de recompensas y castigos.

Antes que regímenes socialistas, son países en los que se han forjado gobiernos y Estados poderosos, en los que valores como “soberanía popular”, “interés general” y “seguridad nacional”, prevalecen por encima de cualquier derecho humano. Y sus simpatizantes identifican en gran medida sus dádivas con dichos valores.

Dichos conceptos, claro está, los encarnan sus gobiernos. Ellos los definen y esgrimen a conveniencia dentro de un sistema opaco, discrecional y autoritario, en el cual los contrapesos institucionales se dice que existen sólo porque ocupan un lugar en el espacio.

Esperar que la presidente electa Claudia Sheinbaum revierta por sí misma esta tendencia, es no conocer la historia, no estar al tanto de los intereses creados entre los grupos políticos que dirigen el FSP y no entender que la “estrategia perfecta” inició aplicándola el hoy casi ex presidente Andrés Manuel López Obrador, cuando decidió clausurar el Aeropuerto de Texcoco. Es decir, desde el inicio de su gobierno.

Esa decisión no tuvo nada que ver con el combate a la corrupción, ni con una diferencia conceptual de proyectos económicos, ni con la protección a los ahorradores de las Afores. Fue una demostración de poder cruda y dura. El “castigo ejemplar” que aconseja Maquiavelo al Príncipe. Un mensaje poderoso para demostrar quién manda y a partir de allí, establecer sin ningún género de dudas que todo era posible con la Cuarta Transformación.


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Nos equivocamos al pensar que el presidente Andrés Manuel López Obrador tomaba decisiones desinformadas, o malamente intuitivas, o producto de un perfil visceral o colérico.

Fue la interpretación que al inicio del sexenio pareció sugerir la cancelación del emblemático aeropuerto de Texcoco a los analistas. No acertamos a entender el mensaje profundo que mandaba el entonces flamante Presidente, dirigido al corazón del sistema político mexicano.

Nos equivocamos al no entender que dichas decisiones correspondían a una elaborada estrategia de construcción de poder unipersonal, para sí y su cauda de seguidores, familiares e incondicionales, basada íntegramente en criterios de poder, no en objetivos de desarrollo económico o social.

No supimos interpretar que la Cuarta Transformación es un proyecto de desmantelamiento de las instituciones de México y de empoderamiento del estilo personal de gobernar de Andrés Manuel López Obrador, para garantizar su transexenalidad conforme a los objetivos del Foro de Sao Paulo (FSP). Se trata estrictamente de un proyecto de continuidad personal en el poder.

No es la idea enseñar el petate del muerto. No es ningún trasnochado espectro comunista anunciando el fin de la propiedad privada. Es avistar la ruta que México eligió en la reciente elección, la misma de los países pertenecientes a esta organización internacional de partidos y grupos políticos de izquierda de América, fundada en 1990.

A la fundación del FSP acudieron 48 partidos, de los cuales sólo uno ejercía el poder: el Partido Comunista de Cuba de Fidel Castro, que todavía hoy se mantiene en el gobierno con Miguel Díaz-Canel, títere del castrismo. Una dictadura de 75 años.

Sólo ocho años más tarde, Hugo Chávez asumió el Ejecutivo en Venezuela e inauguró una dictadura que hoy preside Nicolás Maduro, quien hubiera sido títere de Chávez si el cáncer no lo hubiera impedido. El Partido Socialista Unificado de Venezuela lleva ya 25 años en el poder.

Y no fue para nada coincidencia que una vez que Chávez fue preso por el intento de golpe de Estado en 1992 contra Rafael Calderas, el líder del FSP Fidel Castro condenó la asonada militar. Pero sorprendentemente, en 1994, recibió a Chávez en La Habana, con honores dignos de un Jefe de Estado.

El interés de Fidel Castro por Venezuela fue desde siempre el petróleo y los petrodólares, lo mismo con Calderas que con Chávez y Maduro. A cambio, Cuba operó las Misiones de Salud en suelo venezolano (¿les suena a “médicos cubanos”?), a favor del régimen chavista.

El entonces presidente de Venezuela no pudo haber sido más elocuente, cuando habló del líder cubano el 2005: "Es para mí un padre, un compañero, un maestro de estrategia perfecta". Eso es lo que el FSP ha construido en 34 años de existencia: una clase política latinoamericana que diseñó una estrategia perfecta para hacerse del poder.

Veinte años después de la fundación del FSP, suman 13 los partidos y movimientos de izquierda que gobiernan en América Latina (incluidos Cuba, Venezuela y México). Han usado al dedillo la “estrategia perfecta” que llevó a Chávez al poder, con excelentes resultados. Verbi gratia:

El Movimiento al Socialismo de Bolivia, con Evo Morales y Luis Arce, tiene 18 años en el poder; el Partido de los Trabajadores y Partido Comunista de Brasil, con Luiz Inácio Lula da Silva, suman 15 años en la presidencia y 22 en posiciones de poder; el Frente Sandinista de Liberación Nacional y la dictadura sandinista de Daniel Ortega, en Nicaragua, acumulan 29 años.

Es evidente que, no se caracteriza a los países del FSP por ser sólo socialistas o comunistas, sino más bien por ser regímenes populistas y de corte dictatorial: un líder fuerte, arbitrario y dueño de la verdad, con su familia en posiciones de poder; un partido hegemónico bajo su liderazgo; una clase política subyugada por el encanto del poder y el miedo al castigo; y una base social dependiente de las dádivas gubernamentales.

La estrategia es perfecta porque los gobernantes formados en este esquema, saben administrar las necesidades de su pueblo puntualmente, estimular sus animadversiones contra la oposición y usar el poder público con alevosía para ganar elecciones sin ningún escrúpulo.

Es perfecta porque tuvieron éxito al desmantelar todas las instituciones y los contrapesos democráticos y republicanos; inutilizar a todos los actores políticos, económicos y sociales; desacreditar a la oposición; armar una estructura electoral personal e institucionalizar un método efectivo de recompensas y castigos.

Antes que regímenes socialistas, son países en los que se han forjado gobiernos y Estados poderosos, en los que valores como “soberanía popular”, “interés general” y “seguridad nacional”, prevalecen por encima de cualquier derecho humano. Y sus simpatizantes identifican en gran medida sus dádivas con dichos valores.

Dichos conceptos, claro está, los encarnan sus gobiernos. Ellos los definen y esgrimen a conveniencia dentro de un sistema opaco, discrecional y autoritario, en el cual los contrapesos institucionales se dice que existen sólo porque ocupan un lugar en el espacio.

Esperar que la presidente electa Claudia Sheinbaum revierta por sí misma esta tendencia, es no conocer la historia, no estar al tanto de los intereses creados entre los grupos políticos que dirigen el FSP y no entender que la “estrategia perfecta” inició aplicándola el hoy casi ex presidente Andrés Manuel López Obrador, cuando decidió clausurar el Aeropuerto de Texcoco. Es decir, desde el inicio de su gobierno.

Esa decisión no tuvo nada que ver con el combate a la corrupción, ni con una diferencia conceptual de proyectos económicos, ni con la protección a los ahorradores de las Afores. Fue una demostración de poder cruda y dura. El “castigo ejemplar” que aconseja Maquiavelo al Príncipe. Un mensaje poderoso para demostrar quién manda y a partir de allí, establecer sin ningún género de dudas que todo era posible con la Cuarta Transformación.


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