María Sojob siempre ha querido contar historias, en específico, las que le rodean a su entorno. Nació en Chenalhó, Chiapas, estado donde se graduó en ciencias de la comunicación para luego hacer un posgrado en la Universidad de Chile. Su mirada particular a los pequeños detalles que a su vez encierran todo un universo, se ha plasmado en los documentales Voces de hoy, Bankilal (El hermano mayor) y Tote (Abuelo), que le mereció el premio Musas del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM), así como ser una de las cartas de presentación de la gira Ambulante en 2020.
En entrevista exclusiva, la realizadora relata que su acercamiento con el séptimo arte fue a partir de películas que proyectaban en una pequeña pantalla de su pueblo, y no sería hasta que cumplió 15 años que conoció una sala de cine en San Cristóbal de las Casas. Cuando en 1994 surge el movimiento zapatista, a la preadolescente María le nació la urgencia de tener una cámara, pues habría que relatar todo lo que estaba pasando y que mucha gente no lograba comprender.
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¿Y de qué vas a vivir si estudias cine o comunicación?, era la pregunta constante de familia y amigos, a lo que por fortuna haría oídos sordos ya en su etapa universitaria. “Creo que a varias personas que crecimos en este contexto nos interesaba mucho la denuncia, poder transmitir lo que sucedía al interior de las comunidades porque siempre ha habido atropellos y situaciones complicadas en la defensa del territorio, me parecía importante grabar lo que sucedía en estos contextos donde la prensa escrita era difícil de que llegara, además de que mucha gente no lee ni escribe en español y menos en nuestras propias lenguas”.
Eso fue lo que en un inició la inspiró, pues reconoce que entonces no le pasaba por la cabeza ser cineasta ni acudir a festivales. “Después me di cuenta que era importantísimo toda esa cuestión visual y sonora, tanto dentro como fuera de las comunidades para poder mostrar y contar historias”, dice, y recuerda que gracias a una beca de la fundación Ford cursó la maestría en cine documental en Chile, teniendo a maestros como Ignacio Agüero. En ese proceso es que concluyó Bankilal, documental que plasma la ruptura generacional en una familia que ha crecido bajo el sincretismo religioso.
Para Sojob, abrirse camino en la industria del cine no ha sido sencillo, mucho menos cuando ha ejercido su carrera sin salirse de su estado natal. Las barreras para un desarrollo pleno, dice, comienzan desde los procesos formativos, pues fuera de la Ciudad de México son pocas las escuelas especializadas, lo que orilla a la centralización o, en el peor de los casos, a renunciar a las metas profesionales.
Añade que con el periodo de la pandemia surgió un fenómeno contradictorio: algunos cursos o talleres de cine se abrieron en línea, con lo que ya no era necesario el traslado presencial, pero el acceso a internet sigue siendo limitado en el país, con lo que un gran porcentaje de personas siguen quedando excluidas de estas oportunidades. Esa estructura concentradora implica, dice Sojob, que no se visibilice el trabajo que se hace en comunidades mexicanas, materiales que suelen quedarse en una sola proyección sin ninguna otra repercusión.
Etiquetas innecesarias
La realizadora mexicana reconoce que poco a poco las muestras, festivales y convocatorias han comprendido que no es necesario etiquetar al “cine indígena”, pues en un inicio, en un afán de incluirlo al mismo tiempo lo apartaban.
“Son espacios que han sido importantes para visibilizar el trabajo que hemos hecho, pero también creo que en algún punto tienen que desaparecer, porque en la producción de cine que se ha hecho desde las comunidades, los pueblos indígenas han ido transitando y cambiando, al principio había muchos temas de denuncia, pero también le apostamos a la expresión narrativa, artística y estética”.
Con las herramientas adquiridas en su formación académica, María se enfrentó al reto de cómo contar una historia a partir de su propia visión, compartir los tiempos actuales de su comunidad y hacerlo en su propia lengua.
Ejemplo de ello es lo que logra con Tote (Abuelo), un acercamiento íntimo a esos viejos sabios y respetados en las comunidades, que contrasta con la forma excluyente con el que viven en entornos urbanizados. Es una charla entre ella misma y su abuelo que pone a la palabra como eje principal en una atmósfera que permite transmitir ,“sentimientos, emociones y códigos de comunicación en una relación de retorno al territorio, a los espacios ancestrales y la importancia del juego, del abuelo, la abuela, de todo lo que nos rodea”.
En la ya reconocida y premiada filmografía documental de María también se cuenta Voces de hoy, el registro de unos jóvenes indígenas que formaron una banda de rock con letras en tzotzil, una suerte de transgresión que se atrevió a occidentalizar rituales como el bolonchón. Eran los pininos de la directora, que luego se mostraría esplendorosa con Bankilal, al que describe como un relato observacional. “Aunque tenía un personaje principal, se veía un personaje colectivo, que es la comunidad y la gente que hace las ceremonias; es un documental sobre la resistencia y de elementos que se introducen como el internet, con gente que sigue resistiendo, haciendo ceremonias relacionadas con prácticas ancestrales y también el sincretismo, de cómo esos elementos introducidos a la comunidad son adoptados e integrados”.
Documentar lo onírico
María ya tiene todo listo para rodar un documental donde es el personaje principal, historia que le llegó a partir de un sueño: “Creo que es difícil deslindarme de las historias que hay dentro de la comunidad, porque es el contexto en el que estoy, es el mundo que conozco, que me gusta, que me atrae, del cual me inspiro constantemente cuando voy a una ceremonia, a una fiesta, cuando platico con las personas. Este es mi espacio de inspiración”. El título tentativo es Ríos, palabra florida, con miras a estrenarse en 2024.
María asegura que el cine es un medio importantísimo para que las lenguas indígenas se oigan fuera de los espacios familiares y comunitarios, para que se conserven y a los hablantes no les dé temor usarlas fuera de su entorno.
“Son conflictos que vienen a partir de programas de distintos gobiernos que han querido desaparecer los conocimientos, las culturas, los idiomas… El cine permite mandar un mensaje a las infancias y juventudes, pues si su idioma se está escuchando en otros lugares y festivales, entonces es importante”.
Ella, como otros realizadores, han luchado para que al indígena ya no se le denigre en el cine, para borrar de tajo la visión discriminatoria que por años los intentó caricaturizar.
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“El cine que estamos haciendo desde las comunidades empieza a cambiar esa perspectiva; claro que nos falta mucho, porque tenemos interiorizado un pensamiento colonial, debemos deconstruir todo eso, desaprender prácticas y a partir de ahí, mostrar otras historias en donde los niños y niñas se sientan reflejados y orgullosos”.
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