/ domingo 23 de julio de 2023

De Perfil | Eduardo Terrazas vive entre el arte y la arquitectura

Eduardo Terrazas se ha dedicado a crear y construir; alumno de José Villagrán, colaborador de Pedro Ramírez Vázquez, estudiante de formación europea, en su obra arquitectónica y artística, plantea “salidas a la problemática del mundo”

Sobre uno de los muros de la sala donde se exhibe su retrospectiva artística en el Palacio de Bellas Artes, el maestro Eduardo Terrazas (Guadalajara, Jalisco, 1936) coloca su dedo índice sobre una línea que se curva para dibujar un seis; luego hace lo mismo con otra que se convierte en un ocho. Repite un par de veces ambos pasos, siguiendo otras dos líneas que circundan a las anteriores: “El año del evento”, menciona.

Uno de los más importantes arquitectos, diseñadores, museógrafos y artistas mexicanos de la segunda mitad del siglo XX, director artístico y coordinador del Programa de Identidad de los XIX Juegos Olímpicos, en el México de 1968, recuerda con una sonrisa aquella labor: “Nos quebramos la cabeza, ¿verdad?”.

Pero detrás de ese gesto nada es sencillo, aunque lo parezca. En la mirada de Terrazas y en su obra persiste, a sus 87 años, la visión de toda una época, en la que México sentía al fin pertenecer a una modernidad cosmopolita, con orgullo por su pasado y francas esperanzas hacia el futuro; se asoman la sorpresa y la preocupación por el devenir del ser humano, con la amenaza nuclear siempre presente y los claros efectos de la sobreexplotación y brilla la conciencia de lo más ínfimo e insignificante, lo cotidiano, que, como todo lo demás, existe entre la perfecta inmensidad del cosmos.

LOS MAESTROS Y LOS DÍAS

Su primer trazo, el que apenas era un bosquejo de lo que sería la vida de este artista, debió suceder cuando era niño, en una casa donde “el arte en general era algo inseparable de la vida”. Su casa.

“Para mí fue fundamental la educación que me dieron mis familiares, además de mis padres. Mi mamá había estudiado pintura en Estados Unidos, por lo que la veía trabajar seguido. Ella no sólo pintaba, también me ayudaba a hacer las tareas de la escuela, ilustraciones de lo que fuera. Mi tío, aunque era ingeniero de minas, también fue pintor y mis hermanos también fueron un ejemplo, uno de ellos era arquitecto y estudió también en CU. Creo que ahí están mis primeras influencias”, relata el artista y escultor.

Pasaron los años y en 1953, Terrazas entró a estudiar en la entonces Escuela Nacional de Arquitectura -antecedente de la actual Facultad de Arquitectura de la UNAM-, que se encontraba en el interior de la Academia de San Carlos, junto a la Escuela Nacional de Artes Plásticas.

“La influencia del arte y la arquitectura que se impartía en San Carlos, fue muy importante, una oportunidad para abrir más mis ojos al mundo. Ahí recibí las clases del arquitecto José Villagrán García -considerado como uno de los impulsores de la arquitectura moderna mexicana-, que daba Teoría de la arquitectura y era buenísimo, y el arqueólogo y arquitecto Ricardo de Robina -uno de los principales restauradores del Centro Histórico de la CDMX-, que también daba muy buenas clases”, rememora Terrazas, quien puntualiza que su generación fue la última en comenzar a estudiar la Academia San Carlos, pues al año siguiente, en 1954 trasladaron la Escuela Nacional de Arquitectura al lugar donde se encuentra actualmente, en Ciudad Universitaria, proyecto de infraestructura nacional que también marcó su vida.

“Yo considero que el hecho de sacar a la UNAM del Centro Histórico y llevarla a CU fue una de las más grandes obras que se hicieron en el siglo XX. Imagínense ahorita si no lo tuviéramos. Fue un gran desafío a nivel arquitectónico que requirió de mucho para llevar a cabo su plan maestro, decidir hacer Avenida Universidad y comprar terrenos en el Pedregal de San Ángel.

“Fue desde el principio una obra muy importante, porque fue uno de los primeros actos de modernidad que hacía México, que decía ‘queremos ser modernos’, ‘queremos estar a la altura de lo que se está haciendo en el mundo’, pero que al mismo tiempo buscaba mantener la identidad mexicana”, agrega Terrazas, y mira hacia el frente como si viera de nuevo aquella ciudad de piedra volcánica recién fundada erigirse ante sus ojos.

DE NUEVA YORK A LENINGRADO

Tras aquellos años en la UNAM, en los que tuvo la oportunidad de comenzar a laborar en algunos proyectos, forjando así su pasión por la arquitectura, en 1959, el joven Terrazas se decidió por estudiar la Maestría en la Universidad de Cornell, en Nueva York.

“Tuve ahí maestros fabulosos, con una visión más clara de la historia del arte. Ahí conocí mejor la teoría del arte del siglo XX, cuando se comenzaba a desarrollar el arte abstracto, con Kandinsky, con Mondrian, con Malévich. Fue una época de mucho enriquecimiento, en la que compartí aulas con otros alumnos que venían de Holanda, Italia, Alemania, Francia”, recuerda.

Al año siguiente, Terrazas buscó suerte en Europa, específicamente en Italia, “La dolce vita”, dice, reconstruyendo en su memoria las amplias calles y galerías de arte moderno, populares en la Ciudad Eterna. En una visita a la embajada de México, en aquel país, conoció al diplomático Fernando Gamboa, considerado el padre de la museografía mexicana y director de la exhibición Obras maestras del arte mexicano desde los tiempos precolombinos hasta nuestros días, que recorrió las principales ciudades europeas y parte de Asia.

“Muy pronto nos hicimos amigos y al mes recibí una invitación suya, para ayudarle a exhibir en Leningrado, en 1960. Aún estaban las tensiones de la Guerra Fría, pero México tenía una diplomacia cultural muy buena, y Gamboa era un genio para todo eso. La más grande exposición que hizo fue la que pusimos en Leningrado, la llevamos en 11 vagones de ferrocarril: arte prehispánico, colonial, moderno y artesanías, entre ellos una Columna de Tula y la Cabeza Olmeca”, relata el museógrafo, quien cuenta que su trabajo como diseñador de espacios museísticos, lo llevó a Varsovia y París, en el Petit Palais, donde la exhibición fue inaugurada por Charles de Gaulle.

Después de ese tiempo Terrazas trabajó en proyectos arquitectónicos, en Londres, París y Berlín. En esta última ciudad, colaboró en la construcción de la Universidad Libre de Berlín, junto al arquitecto Georges Candilis, compañero del arquitecto y teórico Le Corbusier. Luego, el joven Terrazas se dijo “ya estuvo de pachanguear tanto”, y regresó a México, en 1964.

INVITACIÓN INESPERADA

Fue tras ese retorno que Terrazas buscó de nuevo el contacto con otro de sus maestros fundamentales, el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez -quien fue más adelante la mente de grandes proyectos arquitectónicos como el Estado Azteca, en 1970-. Éste le consiguió trabajo en Estados Unidos, donde diseñó el pabellón de México, en la Feria Mundial de Nueva York. Ese viaje le dio la oportunidad de ser profesor de Arquitectura en la Universidad de Columbia, experiencia en la que aprovechó su tiempo libre para conocer todas las galerías de arte posibles, y que también influyeron en su arte.

“Me tocó vivir en una de las épocas de más increíbles del arte en Nueva York, con Rauschenberg, Jasper Johns, Ellsworth Kelly, Andy Warhol, y otros. Iba de galería en galería y los conocí a todos, porque yo les decía que era pintor. La pintura era algo que yo hacía desde antes, en México, en 1959. Ese momento en Nueva York fue para muy significativo. Ahí también trabajé con el famosísimo diseñador industrial George Nelson”, relata el diseñador.

Sobre su relación con Ramírez Vázquez, Terrazas apunta: “Con él en ese momento establecí una relación muy amigable, de gran empatía. Él siempre fue muy amable, un arquitecto que sobre todas las cosas entendía muy bien que era necesario formar equipo. Yo estaba trabajando en Columbia, cuando un día Ramírez Vázquez, a finales de 1967, me llamó, y me dijo ‘regrésate a México, que me acaban de elegir presidente del Comité Organizador de las Olimpiadas’; y lo le dije ‘pues, órale’, y que me regreso”.

REFLEJO DE MÉXICO

Al principio todo eran dudas, ¿cómo representar a un país para unos Juegos Olímpicos? El equipo que comenzó a conformar Terrazas, debía tener una marcada relación con el diseño: Beatrice Trueblood, directora de Publicaciones; Manuel Villazón, como jefe de Diseño y Exposiciones; además de los diseñadores gráficos Beatrice Colle, Nancy Earle, Michael Gross, David Palladini, Bob Pellegrini, Susan Smith, Jesús Vílchez, Lance Wyman. Todos con acceso total a las oficinas particulares de Ramírez Vázquez.

“Todos estábamos buscando qué hacer. Yo me encontré unas tablas huicholas, una vez que fui a la Ciudadela, y entre todos pensamos ¿por qué no seguir las líneas del 68 con la misma técnica de seguir con estambre las figuras geométricas que estaban en esas tablas? En ese tiempo, con la experiencia de Fernando Gamboa, con las exposiciones en el extranjero, y con Ramírez Vázquez, que había hecho el Museo de Antropología, nos parecía que la representación de las raíces prehispánicas y de nuestros pueblos era algo natural: tomar el pasado prehispánico para volverlo global, internacional y moderno; además teníamos que mostrarle al mundo qué era México, era la primera vez que se hacía una Olimpiada en aquello que llamaban el Tercer Mundo, teníamos que enseñarles que teníamos un pasado importante, a la altura de Grecia”, explica Terrazas sobre la emblemática identidad de aquellos Olímpicos.

Todo el trabajo de identidad de los juegos giró en torno a esas ideas, el cual implicó diseño urbano, desarrollo de material gráfico e iconográfico, además de muestras artísticas, musicales, y plásticas que representaran, no sólo la tradición cultural, sino también cotidiana de un México contemporáneo.

El 68 fue también el año del Movimiento estudiantil. Terrazas recuerda que desde sus oficinas veían pasar a los contingentes estudiantiles, aunque nunca supieron demasiado de ello. Lo que alcanzaban a conocer de éste era por palabras de los escritore Juan García Ponce, Huberto Bátiz, Alí Chumacero, Emilio Carballido, Teresa Segovia, y Juan Vicente Melo, que eran parte el equipo de redacción, aunque estos no fueron partícipes del movimiento.

EN BUSCA DEL EQUILIBRIO

Después de su labor en las Olimpiadas, Terrazas también participó en el proyecto Imagen México, para el cual diseñó una pieza urbana, con influencias del pop art, que fue instalada en la Glorieta de Insurgentes en 1971, para promoción del Metro de la Ciudad de México, un espejo con la palabra “México”, en cuyo reflejo todos los mexicanos se reconocían como parte del país.

“Todo lo que ha sido mi vida es teorizar cómo poder pensar las problemáticas contemporáneas de nuestra existencia. Esto lo he hecho en varias de mis series de arte que se pueden ver en esta exposición”, comenta Terrazas, mientras recorre la exhibición Equilibrio múltiple, en Bellas Artes, abierta actualmente al público, que se suma a las 20 exposiciones individuales que ha realizado en México y el extranjero.

En ésta se ve representada toda esta historia, pero también la búsqueda de Terrazas en lo cotidiano, aquello “que parece no importar, pero que con otro lenguaje puede mostrarnos belleza”, como en su serie Museo de lo cotidiano, donde objetos comunes se transforman en lienzos o esculturas; o en sus exploraciones abstractas, con la técnica huichola.

Pero talvez más que cualquier otra serie, la más significativa sea Posibilidades de una estructura, en la que diseñó junto a matemáticos de la Universidad de Oxford una interpretación del Cosmos, a partir de líneas geométricas, disposiciones en el plano cartesiano y fuerzas físicas y nucleares, en cuyo centro se encuentra el planeta Tierra, como referencia al famoso Hombre de Vitruvio, de Leonardo Da Vinci.

“Es una manera de establecer, a través de diferentes lenguajes, una estructura que permita hacer todas las pinturas que se quiera. El Cosmos, última parte de Posibilidades de una estructura, muestra que puedo hacer diferentes cosas, dependiendo a qué elemento de la estructura me estoy enfocando. Hay que entender que tenemos que buscar, entre la problemática del mundo, las salidas. Son diferentes lenguajes, pero con el mismo ser, hay que buscar cada uno de qué se trata la vida, nada es lo mismo, hay que entender que la vida es múltiple”, detalla, al tiempo que, de nuevo, con su dedo precisa las líneas que marcan el cosmos.

La exhibición en Bellas Artes termina con los proyectos de Terrazas relacionados con los campos de la estadística y la economía.

Entre ellos está una serie de pinturas que reflejan el crecimiento exponencial y el crecimiento orgánico, donde el artista propone expresar visualmente las desventajas de saturación del primer tipo de crecimiento frente al segundo.

También se exhibe el códice Solidaridad para la paz y el desarrollo, diseñado como parte de una reunión del Club de Roma -reconocido laboratorio de ideas para enfrentar los retos del mundo, entre ellos el peligro de las bombas nucleares- que tuvo lugar en Guanajuato.

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“Uno como artista trabaja para humanidad”, afirma de forma simple, mientras mira su códice, donde se aprecian también las diferentes expresiones artísticas de todos los continentes y los índices de crecimiento de la población, que se han disparado en los últimos dos siglos.

Al finalizar la entrevista, reflexiona sobre lo que quiere que sea su legado. “El equilibrio múltiple no estaría mal”, dice de nuevo con una sonrisa, tras explicar que el equilibrio puede ser encontrado desde cualquier ángulo de la experiencia humana.

Off the record. Después de la entrevista, la fotógrafa y el reportero, vieron a las afueras del Palacio de Bellas Artes al maestro, quien levantaba el rostro hacia el cielo, la lluvia tocaba su rostro, mientas su sonrisa se tornaba reflexiva. Al acercarnos Terrazas abre los ojos y dice: “miren Bellas Artes, estamos en un ángulo de 90 grados perfecto”. Otro equilibrio.

Sobre uno de los muros de la sala donde se exhibe su retrospectiva artística en el Palacio de Bellas Artes, el maestro Eduardo Terrazas (Guadalajara, Jalisco, 1936) coloca su dedo índice sobre una línea que se curva para dibujar un seis; luego hace lo mismo con otra que se convierte en un ocho. Repite un par de veces ambos pasos, siguiendo otras dos líneas que circundan a las anteriores: “El año del evento”, menciona.

Uno de los más importantes arquitectos, diseñadores, museógrafos y artistas mexicanos de la segunda mitad del siglo XX, director artístico y coordinador del Programa de Identidad de los XIX Juegos Olímpicos, en el México de 1968, recuerda con una sonrisa aquella labor: “Nos quebramos la cabeza, ¿verdad?”.

Pero detrás de ese gesto nada es sencillo, aunque lo parezca. En la mirada de Terrazas y en su obra persiste, a sus 87 años, la visión de toda una época, en la que México sentía al fin pertenecer a una modernidad cosmopolita, con orgullo por su pasado y francas esperanzas hacia el futuro; se asoman la sorpresa y la preocupación por el devenir del ser humano, con la amenaza nuclear siempre presente y los claros efectos de la sobreexplotación y brilla la conciencia de lo más ínfimo e insignificante, lo cotidiano, que, como todo lo demás, existe entre la perfecta inmensidad del cosmos.

LOS MAESTROS Y LOS DÍAS

Su primer trazo, el que apenas era un bosquejo de lo que sería la vida de este artista, debió suceder cuando era niño, en una casa donde “el arte en general era algo inseparable de la vida”. Su casa.

“Para mí fue fundamental la educación que me dieron mis familiares, además de mis padres. Mi mamá había estudiado pintura en Estados Unidos, por lo que la veía trabajar seguido. Ella no sólo pintaba, también me ayudaba a hacer las tareas de la escuela, ilustraciones de lo que fuera. Mi tío, aunque era ingeniero de minas, también fue pintor y mis hermanos también fueron un ejemplo, uno de ellos era arquitecto y estudió también en CU. Creo que ahí están mis primeras influencias”, relata el artista y escultor.

Pasaron los años y en 1953, Terrazas entró a estudiar en la entonces Escuela Nacional de Arquitectura -antecedente de la actual Facultad de Arquitectura de la UNAM-, que se encontraba en el interior de la Academia de San Carlos, junto a la Escuela Nacional de Artes Plásticas.

“La influencia del arte y la arquitectura que se impartía en San Carlos, fue muy importante, una oportunidad para abrir más mis ojos al mundo. Ahí recibí las clases del arquitecto José Villagrán García -considerado como uno de los impulsores de la arquitectura moderna mexicana-, que daba Teoría de la arquitectura y era buenísimo, y el arqueólogo y arquitecto Ricardo de Robina -uno de los principales restauradores del Centro Histórico de la CDMX-, que también daba muy buenas clases”, rememora Terrazas, quien puntualiza que su generación fue la última en comenzar a estudiar la Academia San Carlos, pues al año siguiente, en 1954 trasladaron la Escuela Nacional de Arquitectura al lugar donde se encuentra actualmente, en Ciudad Universitaria, proyecto de infraestructura nacional que también marcó su vida.

“Yo considero que el hecho de sacar a la UNAM del Centro Histórico y llevarla a CU fue una de las más grandes obras que se hicieron en el siglo XX. Imagínense ahorita si no lo tuviéramos. Fue un gran desafío a nivel arquitectónico que requirió de mucho para llevar a cabo su plan maestro, decidir hacer Avenida Universidad y comprar terrenos en el Pedregal de San Ángel.

“Fue desde el principio una obra muy importante, porque fue uno de los primeros actos de modernidad que hacía México, que decía ‘queremos ser modernos’, ‘queremos estar a la altura de lo que se está haciendo en el mundo’, pero que al mismo tiempo buscaba mantener la identidad mexicana”, agrega Terrazas, y mira hacia el frente como si viera de nuevo aquella ciudad de piedra volcánica recién fundada erigirse ante sus ojos.

DE NUEVA YORK A LENINGRADO

Tras aquellos años en la UNAM, en los que tuvo la oportunidad de comenzar a laborar en algunos proyectos, forjando así su pasión por la arquitectura, en 1959, el joven Terrazas se decidió por estudiar la Maestría en la Universidad de Cornell, en Nueva York.

“Tuve ahí maestros fabulosos, con una visión más clara de la historia del arte. Ahí conocí mejor la teoría del arte del siglo XX, cuando se comenzaba a desarrollar el arte abstracto, con Kandinsky, con Mondrian, con Malévich. Fue una época de mucho enriquecimiento, en la que compartí aulas con otros alumnos que venían de Holanda, Italia, Alemania, Francia”, recuerda.

Al año siguiente, Terrazas buscó suerte en Europa, específicamente en Italia, “La dolce vita”, dice, reconstruyendo en su memoria las amplias calles y galerías de arte moderno, populares en la Ciudad Eterna. En una visita a la embajada de México, en aquel país, conoció al diplomático Fernando Gamboa, considerado el padre de la museografía mexicana y director de la exhibición Obras maestras del arte mexicano desde los tiempos precolombinos hasta nuestros días, que recorrió las principales ciudades europeas y parte de Asia.

“Muy pronto nos hicimos amigos y al mes recibí una invitación suya, para ayudarle a exhibir en Leningrado, en 1960. Aún estaban las tensiones de la Guerra Fría, pero México tenía una diplomacia cultural muy buena, y Gamboa era un genio para todo eso. La más grande exposición que hizo fue la que pusimos en Leningrado, la llevamos en 11 vagones de ferrocarril: arte prehispánico, colonial, moderno y artesanías, entre ellos una Columna de Tula y la Cabeza Olmeca”, relata el museógrafo, quien cuenta que su trabajo como diseñador de espacios museísticos, lo llevó a Varsovia y París, en el Petit Palais, donde la exhibición fue inaugurada por Charles de Gaulle.

Después de ese tiempo Terrazas trabajó en proyectos arquitectónicos, en Londres, París y Berlín. En esta última ciudad, colaboró en la construcción de la Universidad Libre de Berlín, junto al arquitecto Georges Candilis, compañero del arquitecto y teórico Le Corbusier. Luego, el joven Terrazas se dijo “ya estuvo de pachanguear tanto”, y regresó a México, en 1964.

INVITACIÓN INESPERADA

Fue tras ese retorno que Terrazas buscó de nuevo el contacto con otro de sus maestros fundamentales, el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez -quien fue más adelante la mente de grandes proyectos arquitectónicos como el Estado Azteca, en 1970-. Éste le consiguió trabajo en Estados Unidos, donde diseñó el pabellón de México, en la Feria Mundial de Nueva York. Ese viaje le dio la oportunidad de ser profesor de Arquitectura en la Universidad de Columbia, experiencia en la que aprovechó su tiempo libre para conocer todas las galerías de arte posibles, y que también influyeron en su arte.

“Me tocó vivir en una de las épocas de más increíbles del arte en Nueva York, con Rauschenberg, Jasper Johns, Ellsworth Kelly, Andy Warhol, y otros. Iba de galería en galería y los conocí a todos, porque yo les decía que era pintor. La pintura era algo que yo hacía desde antes, en México, en 1959. Ese momento en Nueva York fue para muy significativo. Ahí también trabajé con el famosísimo diseñador industrial George Nelson”, relata el diseñador.

Sobre su relación con Ramírez Vázquez, Terrazas apunta: “Con él en ese momento establecí una relación muy amigable, de gran empatía. Él siempre fue muy amable, un arquitecto que sobre todas las cosas entendía muy bien que era necesario formar equipo. Yo estaba trabajando en Columbia, cuando un día Ramírez Vázquez, a finales de 1967, me llamó, y me dijo ‘regrésate a México, que me acaban de elegir presidente del Comité Organizador de las Olimpiadas’; y lo le dije ‘pues, órale’, y que me regreso”.

REFLEJO DE MÉXICO

Al principio todo eran dudas, ¿cómo representar a un país para unos Juegos Olímpicos? El equipo que comenzó a conformar Terrazas, debía tener una marcada relación con el diseño: Beatrice Trueblood, directora de Publicaciones; Manuel Villazón, como jefe de Diseño y Exposiciones; además de los diseñadores gráficos Beatrice Colle, Nancy Earle, Michael Gross, David Palladini, Bob Pellegrini, Susan Smith, Jesús Vílchez, Lance Wyman. Todos con acceso total a las oficinas particulares de Ramírez Vázquez.

“Todos estábamos buscando qué hacer. Yo me encontré unas tablas huicholas, una vez que fui a la Ciudadela, y entre todos pensamos ¿por qué no seguir las líneas del 68 con la misma técnica de seguir con estambre las figuras geométricas que estaban en esas tablas? En ese tiempo, con la experiencia de Fernando Gamboa, con las exposiciones en el extranjero, y con Ramírez Vázquez, que había hecho el Museo de Antropología, nos parecía que la representación de las raíces prehispánicas y de nuestros pueblos era algo natural: tomar el pasado prehispánico para volverlo global, internacional y moderno; además teníamos que mostrarle al mundo qué era México, era la primera vez que se hacía una Olimpiada en aquello que llamaban el Tercer Mundo, teníamos que enseñarles que teníamos un pasado importante, a la altura de Grecia”, explica Terrazas sobre la emblemática identidad de aquellos Olímpicos.

Todo el trabajo de identidad de los juegos giró en torno a esas ideas, el cual implicó diseño urbano, desarrollo de material gráfico e iconográfico, además de muestras artísticas, musicales, y plásticas que representaran, no sólo la tradición cultural, sino también cotidiana de un México contemporáneo.

El 68 fue también el año del Movimiento estudiantil. Terrazas recuerda que desde sus oficinas veían pasar a los contingentes estudiantiles, aunque nunca supieron demasiado de ello. Lo que alcanzaban a conocer de éste era por palabras de los escritore Juan García Ponce, Huberto Bátiz, Alí Chumacero, Emilio Carballido, Teresa Segovia, y Juan Vicente Melo, que eran parte el equipo de redacción, aunque estos no fueron partícipes del movimiento.

EN BUSCA DEL EQUILIBRIO

Después de su labor en las Olimpiadas, Terrazas también participó en el proyecto Imagen México, para el cual diseñó una pieza urbana, con influencias del pop art, que fue instalada en la Glorieta de Insurgentes en 1971, para promoción del Metro de la Ciudad de México, un espejo con la palabra “México”, en cuyo reflejo todos los mexicanos se reconocían como parte del país.

“Todo lo que ha sido mi vida es teorizar cómo poder pensar las problemáticas contemporáneas de nuestra existencia. Esto lo he hecho en varias de mis series de arte que se pueden ver en esta exposición”, comenta Terrazas, mientras recorre la exhibición Equilibrio múltiple, en Bellas Artes, abierta actualmente al público, que se suma a las 20 exposiciones individuales que ha realizado en México y el extranjero.

En ésta se ve representada toda esta historia, pero también la búsqueda de Terrazas en lo cotidiano, aquello “que parece no importar, pero que con otro lenguaje puede mostrarnos belleza”, como en su serie Museo de lo cotidiano, donde objetos comunes se transforman en lienzos o esculturas; o en sus exploraciones abstractas, con la técnica huichola.

Pero talvez más que cualquier otra serie, la más significativa sea Posibilidades de una estructura, en la que diseñó junto a matemáticos de la Universidad de Oxford una interpretación del Cosmos, a partir de líneas geométricas, disposiciones en el plano cartesiano y fuerzas físicas y nucleares, en cuyo centro se encuentra el planeta Tierra, como referencia al famoso Hombre de Vitruvio, de Leonardo Da Vinci.

“Es una manera de establecer, a través de diferentes lenguajes, una estructura que permita hacer todas las pinturas que se quiera. El Cosmos, última parte de Posibilidades de una estructura, muestra que puedo hacer diferentes cosas, dependiendo a qué elemento de la estructura me estoy enfocando. Hay que entender que tenemos que buscar, entre la problemática del mundo, las salidas. Son diferentes lenguajes, pero con el mismo ser, hay que buscar cada uno de qué se trata la vida, nada es lo mismo, hay que entender que la vida es múltiple”, detalla, al tiempo que, de nuevo, con su dedo precisa las líneas que marcan el cosmos.

La exhibición en Bellas Artes termina con los proyectos de Terrazas relacionados con los campos de la estadística y la economía.

Entre ellos está una serie de pinturas que reflejan el crecimiento exponencial y el crecimiento orgánico, donde el artista propone expresar visualmente las desventajas de saturación del primer tipo de crecimiento frente al segundo.

También se exhibe el códice Solidaridad para la paz y el desarrollo, diseñado como parte de una reunión del Club de Roma -reconocido laboratorio de ideas para enfrentar los retos del mundo, entre ellos el peligro de las bombas nucleares- que tuvo lugar en Guanajuato.

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“Uno como artista trabaja para humanidad”, afirma de forma simple, mientras mira su códice, donde se aprecian también las diferentes expresiones artísticas de todos los continentes y los índices de crecimiento de la población, que se han disparado en los últimos dos siglos.

Al finalizar la entrevista, reflexiona sobre lo que quiere que sea su legado. “El equilibrio múltiple no estaría mal”, dice de nuevo con una sonrisa, tras explicar que el equilibrio puede ser encontrado desde cualquier ángulo de la experiencia humana.

Off the record. Después de la entrevista, la fotógrafa y el reportero, vieron a las afueras del Palacio de Bellas Artes al maestro, quien levantaba el rostro hacia el cielo, la lluvia tocaba su rostro, mientas su sonrisa se tornaba reflexiva. Al acercarnos Terrazas abre los ojos y dice: “miren Bellas Artes, estamos en un ángulo de 90 grados perfecto”. Otro equilibrio.

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