5 poemas de Jaime Sabines para celebrar el Día Mundial de la Poesía

Cada 21 de marzo se celebra el Día Mundial de la Poesía, por ello elegimos a Jaime Sabines con cinco de sus hermosos poemas

Connie Ramírez / Diario del Sur

  · jueves 21 de marzo de 2024

Jaime Sabines, escritor chiapaneco/Foto: Archivo / El Sol de México

El Día Mundial de la Poesía se celebra anualmente el 21 de marzo desde 2000, fecha establecida por la Unesco el 16 de noviembre de 1999. En honor a este día hemos elegido a Jaime Sabines Gutiérrez, reconocido poeta y político mexicano nacido en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas el 25 de marzo de 1926. Fue querido y respetado por su comunidad, dejó un legado literario y humano que perdura hasta nuestros días.

Hijo de Julio Sabines, Jaime heredó de su padre el amor por la poesía, así como una personalidad sencilla y accesible que contribuyó significativamente a su éxito en vida. Aunque inició sus estudios en medicina a los 19 años, pronto descubrió que su verdadera vocación estaba en la Literatura, dando inicio a una prolífica carrera como escritor.

Desde temprana edad, Sabines destacó por su producción literaria, siendo su primer poemario "Horal", publicado a los 18 años. A partir de 1950, comenzó una serie de publicaciones que marcarían su camino en la poesía, influenciado por figuras como Neruda y Lorca, mientras mantenía una búsqueda constante de su propia identidad como escritor.

Entre sus obras más destacadas, Sabines consideró "Algo sobre la muerte del mayor Sabines" como su mejor creación, evidenciando el profundo amor y la influencia que su padre tuvo en su vida y en su obra poética.

A pesar de su partida física el 19 de marzo de 1999, Jaime Sabines Gutiérrez continúa siendo un referente en la literatura mexicana, dejando un legado que trasciende generaciones y sigue inspirando a nuevos escritores y lectores en todo el país.

Aquí te dejamos 5 poeamas que hemos elegido dentro de su larga lista de poemas:



Amor mío, mi amor...


Amor mío, mi amor, amor hallado

de pronto en la ostra de la muerte.

Quiero comer contigo, estar, amar contigo,

quiero tocarte, verte.

Me lo digo, lo dicen en mi cuerpo

los hilos de mi sangre acostumbrada,

lo dice este dolor y mis zapatos

y mi boca y mi almohada.

Te quiero, amor, amor absurdamente,

tontamente, perdido, iluminado,

soñando rosas e inventando estrellas

y diciéndote adiós yendo a tu lado.

Te quiero desde el poste de la esquina,

desde la alfombra de ese cuarto a solas,

en las sábanas tibias de tu cuerpo

donde se duerme un agua de amapolas.

Cabellera del aire desvelado,

río de noche, platanar oscuro,

colmena ciega, amor desenterrado,

voy a seguir tus pasos hacia arriba,

de tus pies a tu muslo y tu costado.


La luna


La luna se puede tomar a cucharadas

o como una cápsula cada dos horas.

Es buena como hipnótico y sedante

y también alivia

a los que se han intoxicado de filosofía.

Un pedazo de luna en el bolsillo

es mejor amuleto que la pata de conejo:

sirve para encontrar a quien se ama,

para ser rico sin que lo sepa nadie

y para alejar a los médicos y las clínicas.

Se puede dar de postre a los niños

cuando no se han dormido,

y unas gotas de luna en los ojos de los ancianos

ayudan a bien morir.

Pon una hoja tierna de la luna

debajo de tu almohada

y mirarás lo que quieras ver.

Lleva siempre un frasquito del aire de la luna

para cuando te ahogues,

y dale la llave de la luna

a los presos y a los desencantados.

Para los condenados a muerte

y para los condenados a vida

no hay mejor estimulante que la luna

en dosis precisas y controladas.


Los amorosos


Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan.

Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.
Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.

Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan nada, pero esperan.

Saben que nunca han de encontrar.
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
Los amorosos son los insaciables,
los que siempre -¡que bueno!- han de estar solos.
Los amorosos son la hidra del cuento.

Tienen serpientes en lugar de brazos.
Las venas del cuello se les hinchan
también como serpientes para asfixiarlos.
Los amorosos no pueden dormir
porque si se duermen se los comen los gusanos.
En la oscuridad abren los ojos
y les cae en ellos el espanto.
Encuentran alacranes bajo la sábana
y su cama flota como sobre un lago.

Los amorosos son locos, sólo locos,
sin Dios y sin diablo.
Los amorosos salen de sus cuevas
temblorosos, hambrientos,
a cazar fantasmas.
Se ríen de las gentes que lo saben todo,
de las que aman a perpetuidad, verídicamente,
de las que creen en el amor
como una lámpara de inagotable aceite.

Los amorosos juegan a coger el agua,
a tatuar el humo, a no irse.
Juegan el largo, el triste juego del amor.
Nadie ha de resignarse.
Dicen que nadie ha de resignarse.
Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.
Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,
la muerte les fermenta detrás de los ojos,
y ellos caminan, lloran hasta la madrugada
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.

Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,
a mujeres que duermen con la mano en el sexo,
complacidas,
a arroyos de agua tierna y a cocinas.
Los amorosos se ponen a cantar entre labios
una canción no aprendida,
y se van llorando, llorando,
la hermosa vida.


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Me doy cuenta de que me faltas


Me doy cuenta de que me faltas

y de que te busco entre las gentes, en el ruido,

pero todo es inútil.

Cuando me quedo solo

me quedo más solo

solo por todas partes y por ti y por mí.

No hago sino esperar.

Esperar todo el día hasta que no llegas.

Hasta que me duermo

y no estás y no has llegado

y me quedo dormido

y terriblemente cansado

preguntando.

Amor, todos los días.

Aquí a mi lado, junto a mí, haces falta.

Puedes empezar a leer esto

y cuando llegues aquí empezar de nuevo.

Cierra estas palabras como un círculo,

como un aro, échalo a rodar, enciéndelo.

Estas cosas giran en torno a mí igual que moscas,

en mi garganta como moscas en un frasco.

Yo estoy arruinado.

Estoy arruinado de mis huesos,

todo es pesadumbre.


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Te quiero a las diez de la mañana


Te quiero a las diez de la mañana, y a las once, y a las doce del día. Te quiero con toda mi alma y con todo mi cuerpo, a veces, en las tardes de lluvia. Pero a las dos de la tarde, o a las tres, cuando me pongo a pensar en nosotros dos, y tú piensas en la comida o en el trabajo diario, o en las diversiones que no tienes, me pongo a odiarte sordamente, con la mitad del odio que guardo para mí.

Luego vuelvo a quererte, cuando nos acostamos y siento que estás hecha para mí, que de algún modo me lo dicen tu rodilla y tu vientre, que mis manos me convencen de ello, y que no hay otro lugar en donde yo me venga, a donde yo vaya, mejor que tu cuerpo. Tú vienes toda entera a mi encuentro, y los dos desaparecemos un instante, nos metemos en la boca de Dios, hasta que yo te digo que tengo hambre o sueño.

Todos los días te quiero y te odio irremediablemente. Y hay días también, hay horas, en que no te conozco, en que me eres ajena como la mujer de otro. Me preocupan los hombres, me preocupo yo, me distraen mis penas. Es probable que no piense en ti durante mucho tiempo. Ya ves. ¿Quién podría quererte menos que yo, amor mío?