/ martes 25 de septiembre de 2018

Logran autentificar el códice maya más antiguo del continente americano

Científicos hicieron pruebas a diferentes partes del documento, para determinar la fecha de la muerte de los árboles que dieron origen a esas fibras

Un equipo multidisciplinario de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en las áreas de filología, física, estética, entomología forense e ingeniería, contribuyeron a autentificar el cuarto códice maya prehispánico legible más antiguo del continente americano.

Se trata del Códice Maya de México, antes Grolier, que data del siglo XII y al que se le practicaron exámenes de datación, materiales orgánicos e inorgánicos, técnicas de factura, entomología, iconografía, microscopía, fotografía en el espectro visible e invisible, caracterización químico-mineralógica, morfometría, cronología, astronomía, estilo y simbolismo, entre otros.

En un comunicado, la máxima casa de estudios informó de este hallazgo que abre una nueva ventana al conocimiento del pasado.

El códice procede de saqueo y se tuvo noticia de él a partir de la década de los años 60, pero es en 1971 cuando se da a conocer públicamente en la exhibición Ancient Maya Calligraphy, en el Club Grolier de Nueva York.

Desde esa fecha inició la polémica y se generaron opiniones científicas opuestas: uno que defendía su autenticidad, y otro que consideraba que el papel era antiguo, pero pintado en el siglo XX.

Es en 2017 cuando el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), institución encargada de resguardar el documento, convocó a un equipo multidisciplinario e interinstitucional para determinar su autenticidad. El proyecto estuvo encabezado por Baltazar Brito Guadarrama y la restauradora Sofía Martínez del Campo.

Del Códice Maya de México se conservan 10 páginas que miden en promedio 18.4 centímetros de alto, y se teoriza que debieron pertenecer a un conjunto de por lo menos 20, las cuales tienen como soporte tres capas de corteza de amate.

Los científicos se hicieron pruebas a diferentes partes del documento, para determinar la fecha de la muerte de los árboles que dieron origen a esas fibras.

Erik Velásquez García, del Instituto de Investigaciones Estéticas (IIE) de la UNAM, forma parte del equipo de trabajo en el que participan también expertos del INAH.

Al documento se le realizaron estudios de radiocarbono y espectrometría de masas con aceleradores, y estuvieron a cargo de integrantes del Instituto de Física (IF) y de la Facultad de Ciencias de la máxima casa de estudios.

También se comprobó que no hay en el códice técnicas ni materiales que hayan sido introducidos a América tras la Conquista. Los resultados fueron contundentes y comprobados por laboratorios en Estados Unidos.

Corina Solís Rosales, del Laboratorio de Espectrometría de Masas con Aceleradores, precisó que se adquirieron pequeñas muestras de las hojas y se encontró que los árboles de donde tomaron las cortezas para elaborar los soportes murieron entre los años 1026 y 1157.

Foto: Juan Antonio López | UNAM

En el códice únicamente se había determinado la química inorgánica; faltaba la orgánica. “Confirmamos que el negro viene del pigmento conocido como negro de humo, que posiblemente procede de la combustión del ocote, y el rojo de la hematita, la forma mineral del óxido férrico”, subrayó Erik Velásquez.

El Códice Maya de México es reflejo de su momento histórico, porque en sus materiales es pobre y en su factura es crudo. En su texto no hay verbos ni sustantivos, a diferencia de los otros códices mayas; solamente hay datos calendáricos.

Su temática se relaciona con la muerte, la enfermedad, la desgracia y temores que tenía la gente de su tiempo. Se trata de registros del planeta Venus en sus cuatro fases canónicas aparentes.

Ese planeta pasa mucho tiempo sin ser visto; los antiguos mayas y mexicanos creían que en esos momentos estaba en el inframundo y que cuando regresaba al cielo llegaba acompañado de muerte, desgracia, enfermedad, hambruna, guerra y desordenes.

El libro más antiguo del continente es atípico en muchos sentidos, porque procede de una época anterior a la del resto de los códices que podemos ver por dentro, y porque parece que no viene de la península de Yucatán o el Petén, sino de algún lugar cercano o intermedio entre Chiapas y Tabasco.

Un equipo multidisciplinario de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en las áreas de filología, física, estética, entomología forense e ingeniería, contribuyeron a autentificar el cuarto códice maya prehispánico legible más antiguo del continente americano.

Se trata del Códice Maya de México, antes Grolier, que data del siglo XII y al que se le practicaron exámenes de datación, materiales orgánicos e inorgánicos, técnicas de factura, entomología, iconografía, microscopía, fotografía en el espectro visible e invisible, caracterización químico-mineralógica, morfometría, cronología, astronomía, estilo y simbolismo, entre otros.

En un comunicado, la máxima casa de estudios informó de este hallazgo que abre una nueva ventana al conocimiento del pasado.

El códice procede de saqueo y se tuvo noticia de él a partir de la década de los años 60, pero es en 1971 cuando se da a conocer públicamente en la exhibición Ancient Maya Calligraphy, en el Club Grolier de Nueva York.

Desde esa fecha inició la polémica y se generaron opiniones científicas opuestas: uno que defendía su autenticidad, y otro que consideraba que el papel era antiguo, pero pintado en el siglo XX.

Es en 2017 cuando el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), institución encargada de resguardar el documento, convocó a un equipo multidisciplinario e interinstitucional para determinar su autenticidad. El proyecto estuvo encabezado por Baltazar Brito Guadarrama y la restauradora Sofía Martínez del Campo.

Del Códice Maya de México se conservan 10 páginas que miden en promedio 18.4 centímetros de alto, y se teoriza que debieron pertenecer a un conjunto de por lo menos 20, las cuales tienen como soporte tres capas de corteza de amate.

Los científicos se hicieron pruebas a diferentes partes del documento, para determinar la fecha de la muerte de los árboles que dieron origen a esas fibras.

Erik Velásquez García, del Instituto de Investigaciones Estéticas (IIE) de la UNAM, forma parte del equipo de trabajo en el que participan también expertos del INAH.

Al documento se le realizaron estudios de radiocarbono y espectrometría de masas con aceleradores, y estuvieron a cargo de integrantes del Instituto de Física (IF) y de la Facultad de Ciencias de la máxima casa de estudios.

También se comprobó que no hay en el códice técnicas ni materiales que hayan sido introducidos a América tras la Conquista. Los resultados fueron contundentes y comprobados por laboratorios en Estados Unidos.

Corina Solís Rosales, del Laboratorio de Espectrometría de Masas con Aceleradores, precisó que se adquirieron pequeñas muestras de las hojas y se encontró que los árboles de donde tomaron las cortezas para elaborar los soportes murieron entre los años 1026 y 1157.

Foto: Juan Antonio López | UNAM

En el códice únicamente se había determinado la química inorgánica; faltaba la orgánica. “Confirmamos que el negro viene del pigmento conocido como negro de humo, que posiblemente procede de la combustión del ocote, y el rojo de la hematita, la forma mineral del óxido férrico”, subrayó Erik Velásquez.

El Códice Maya de México es reflejo de su momento histórico, porque en sus materiales es pobre y en su factura es crudo. En su texto no hay verbos ni sustantivos, a diferencia de los otros códices mayas; solamente hay datos calendáricos.

Su temática se relaciona con la muerte, la enfermedad, la desgracia y temores que tenía la gente de su tiempo. Se trata de registros del planeta Venus en sus cuatro fases canónicas aparentes.

Ese planeta pasa mucho tiempo sin ser visto; los antiguos mayas y mexicanos creían que en esos momentos estaba en el inframundo y que cuando regresaba al cielo llegaba acompañado de muerte, desgracia, enfermedad, hambruna, guerra y desordenes.

El libro más antiguo del continente es atípico en muchos sentidos, porque procede de una época anterior a la del resto de los códices que podemos ver por dentro, y porque parece que no viene de la península de Yucatán o el Petén, sino de algún lugar cercano o intermedio entre Chiapas y Tabasco.

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