/ miércoles 4 de septiembre de 2024

Mauro "Chamaco" Ortiz Rivera, leyenda del boxeo en Tapachula

Mauro “Chamaco Ortiz”, es un hombre que nunca tuvo vicios y logró colgarse varios campeonatos locales que le dieron fama

Mauro Ortiz Rivera, conocido como "Chamaco Ortiz", es un nombre que resuena con fuerza en los anales de la historia boxeo en Tapachula.

Desde pequeño, Mauro estuvo rodeado por el deporte y fue un trabajador de su padre quien lo introdujo al fascinante mundo del boxeo. Comenta que la emoción de ver a ese hombre golpear la pera y el costal despertó en él una pasión que lo llevaría a convertirse en uno de los pugilistas más respetados de la localidad y sus alrededores.

"Empecé porque veía a uno de los trabajadores de mi papá, que iba a entrenar boxeo y yo lo seguía. Me gustaba mucho ver cómo golpeaba la pera, el costal y todo eso, me emocionaba mucho, y ahí fue cuando empecé a entrenar boxeo", recuerda Mauro con una sonrisa enmarcada en su rostro, mientras sus ojos se pierden en la añoranza.

Cita que a pesar del esfuerzo y talento, el camino no le fue fácil. Cuando le ofrecieron la oportunidad de pelear en la Ciudad de México, su madre se opuso rotundamente, temiendo por su seguridad. "Le decía, mamá, no me golpean, mira mi cara, está limpia; pero ella se ponía a llorar, así que no me fui", indica.

Pese a todo Mauro no se detuvo. Peleó numerosas veces en Tapachula, donde se hizo un nombre ganando casi todas sus peleas por nocaut.

Fue bajo la tutela del reconocido entrenador Nájera que Mauro se consolidó como un boxeador formidable. "Todo lo que ganaba en el boxeo se lo daba a él, porque gracias a Dios, yo estaba bien económicamente. Hicimos buena pareja; él me entrenaba bien", explica.

A lo largo de su carrera, Mauro “Chamaco Ortíz”, no solo mostró su destreza en el ring, sino también su integridad. En una ocasión, durante los entrenamientos para un campeonato estatal, su madre llegó con la policía para sacarlo del gimnasio. "Esa fue una de las anécdotas”, señala riendo.

Dijo que en otra ocasión estaba entrenando para el campeonato y acudió a pelear en el auditorio. “Un señor me ofreció 3 mil pesos para dejarme caer en el segundo round, pero le dije que no". La determinación y el carácter de Mauro lo mantuvieron firme en su camino, a pesar de los obstáculos.

Uno de los momentos más memorables en la carrera del pugilista fue cuando entrenó a Martín Bautista Martínez, “Rocky” Bautista, otro boxeador local. "Nos hicimos grandes amigos. Después de que perdió una pelea y le rompieron la mandíbula, vino a pedirme que lo entrenara. Lo estuve entrenando, salíamos a correr a las cuatro de la mañana y lo puse en buena condición física. Las tres peleas que hicimos juntos las ganó por nocaut en el segundo round", relata con orgullo.

La disciplina de Mauro fue clave para su éxito. "Hasta ahora, a mi edad, no sé lo que es una cerveza, nunca tomé licor, ni fumé. Todos los días corría 10 kilómetros, y tenía una condición física tremenda". Su enfoque en la resistencia física y el entrenamiento riguroso lo convirtieron en un ídolo en su comunidad, especialmente entre los estudiantes de la preparatoria, quienes lo apodaban "Chamaco Ortiz".

Aunque su carrera en el boxeo se vio truncada por la oposición de su madre, Mauro no tiene dudas de que podría haber alcanzado grandes logros si hubiera continuado.

Actualmente está por cumplir 79 años de edad, vive con su hija y nietos. Es el heredero desde hace 60 años de la única panificadora de aquellos tiempos “La Espiga de Oro” en la 4a sur 49-A, en donde lleva una vida apacible bajo el amor y cuidado de los suyos; mientras permanece en sus recuerdos el sonido de la campana del ring, los días de entrenamiento y los nocauts, con la gloria de aún hoy poseer una mente lúcida sobre cada una de sus victorias, pese a los golpes recibidos en el cuadrilátero.

Mauro Ortiz Rivera, conocido como "Chamaco Ortiz", es un nombre que resuena con fuerza en los anales de la historia boxeo en Tapachula.

Desde pequeño, Mauro estuvo rodeado por el deporte y fue un trabajador de su padre quien lo introdujo al fascinante mundo del boxeo. Comenta que la emoción de ver a ese hombre golpear la pera y el costal despertó en él una pasión que lo llevaría a convertirse en uno de los pugilistas más respetados de la localidad y sus alrededores.

"Empecé porque veía a uno de los trabajadores de mi papá, que iba a entrenar boxeo y yo lo seguía. Me gustaba mucho ver cómo golpeaba la pera, el costal y todo eso, me emocionaba mucho, y ahí fue cuando empecé a entrenar boxeo", recuerda Mauro con una sonrisa enmarcada en su rostro, mientras sus ojos se pierden en la añoranza.

Cita que a pesar del esfuerzo y talento, el camino no le fue fácil. Cuando le ofrecieron la oportunidad de pelear en la Ciudad de México, su madre se opuso rotundamente, temiendo por su seguridad. "Le decía, mamá, no me golpean, mira mi cara, está limpia; pero ella se ponía a llorar, así que no me fui", indica.

Pese a todo Mauro no se detuvo. Peleó numerosas veces en Tapachula, donde se hizo un nombre ganando casi todas sus peleas por nocaut.

Fue bajo la tutela del reconocido entrenador Nájera que Mauro se consolidó como un boxeador formidable. "Todo lo que ganaba en el boxeo se lo daba a él, porque gracias a Dios, yo estaba bien económicamente. Hicimos buena pareja; él me entrenaba bien", explica.

A lo largo de su carrera, Mauro “Chamaco Ortíz”, no solo mostró su destreza en el ring, sino también su integridad. En una ocasión, durante los entrenamientos para un campeonato estatal, su madre llegó con la policía para sacarlo del gimnasio. "Esa fue una de las anécdotas”, señala riendo.

Dijo que en otra ocasión estaba entrenando para el campeonato y acudió a pelear en el auditorio. “Un señor me ofreció 3 mil pesos para dejarme caer en el segundo round, pero le dije que no". La determinación y el carácter de Mauro lo mantuvieron firme en su camino, a pesar de los obstáculos.

Uno de los momentos más memorables en la carrera del pugilista fue cuando entrenó a Martín Bautista Martínez, “Rocky” Bautista, otro boxeador local. "Nos hicimos grandes amigos. Después de que perdió una pelea y le rompieron la mandíbula, vino a pedirme que lo entrenara. Lo estuve entrenando, salíamos a correr a las cuatro de la mañana y lo puse en buena condición física. Las tres peleas que hicimos juntos las ganó por nocaut en el segundo round", relata con orgullo.

La disciplina de Mauro fue clave para su éxito. "Hasta ahora, a mi edad, no sé lo que es una cerveza, nunca tomé licor, ni fumé. Todos los días corría 10 kilómetros, y tenía una condición física tremenda". Su enfoque en la resistencia física y el entrenamiento riguroso lo convirtieron en un ídolo en su comunidad, especialmente entre los estudiantes de la preparatoria, quienes lo apodaban "Chamaco Ortiz".

Aunque su carrera en el boxeo se vio truncada por la oposición de su madre, Mauro no tiene dudas de que podría haber alcanzado grandes logros si hubiera continuado.

Actualmente está por cumplir 79 años de edad, vive con su hija y nietos. Es el heredero desde hace 60 años de la única panificadora de aquellos tiempos “La Espiga de Oro” en la 4a sur 49-A, en donde lleva una vida apacible bajo el amor y cuidado de los suyos; mientras permanece en sus recuerdos el sonido de la campana del ring, los días de entrenamiento y los nocauts, con la gloria de aún hoy poseer una mente lúcida sobre cada una de sus victorias, pese a los golpes recibidos en el cuadrilátero.

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