Este año 2024 nos brinda un regalo temporal: es bisiesto, y febrero se estira a 29 días en lugar de los habituales 28. Este fenómeno, que ocurre cada cuatro años, corrige las discrepancias entre nuestro calendario y el movimiento astronómico. Aunque comúnmente concebimos el año con 365 días, la realidad es que es ligeramente más extenso, exactamente 5 horas, 48 minutos y 45,25 segundos más, aproximadamente 6 horas. Este ajuste evita que las fechas cronológicas y astronómicas se desincronicen.
La génesis del año bisiesto se remonta al año 46 a.C., cuando Julio César, tras un año caótico de 445 días, decidió racionalizar el calendario. Esta reflexión pragmática, "seis por cuatro... perdemos un día cada cuatro años", llevó a la adición de un día, entre el 23 y el 24 de febrero, según el calendario juliano. Posteriormente, con el calendario gregoriano en el siglo XVI, ese día extra se estableció como el 29 de febrero.
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La disposición de los años bisiestos, uno cada cuatro años, fue formalizada por Dionisio 'El Pequeño', un monje turco del siglo III, que notó las discrepancias entre el calendario juliano y la realidad. De no corregirse, advertía que en 500 a 600 años, los solsticios de verano e invierno podrían invertirse.
Este ajuste de un día adicional en febrero, basado en la observación del solsticio de invierno y la posición lunar, fue crucial para mantener la sincronía con los ciclos naturales. El primer calendario moderno, el gregoriano, introducido en 1582 por el papa Gregorio XIII, corrigió desfases temporales acumulados durante siglos.
El añadido de un día en febrero no solo es una respuesta a la danza celestial, sino una garantía de que podamos seguir el ritmo de la naturaleza. En resumen, este año bisiesto nos recuerda que el tiempo es una coreografía en constante ajuste, donde cada cuatro años, febrero nos brinda un día extraordinario.