El 15 de agosto, la Iglesia católica celebra la Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María, una festividad que tiene profundas raíces en la tradición cristiana y que fue oficialmente proclamada como dogma de fe el 1 de noviembre de 1950 por el Papa Pío XII. Este dogma declara que la Virgen María, al final de su vida terrenal, fue asumida en cuerpo y alma a la gloria celestial, un privilegio singular que refuerza su papel como Madre de Dios y modelo de esperanza para los fieles.
La celebración de la Asunción tiene sus orígenes en el siglo V, cuando se comenzó a venerar a María en esta fecha, considerada su "Nacimiento al Cielo". En la tradición bizantina, esta festividad es conocida como la "Dormición" de la Virgen, reflejando la creencia de que María no experimentó la corrupción del cuerpo, sino que fue glorificada directamente en el Cielo.
El dogma de la Asunción, proclamado por Pío XII, reafirma esta creencia y destaca la singularidad de María, quien, libre de pecado, fue preservada de la muerte tal como la experimenta el resto de la humanidad. Este privilegio se explica por su papel único en la historia de la salvación, como madre de Jesús, el Salvador.
En la liturgia, los textos bíblicos y el canto del Magnificat, tomado del Evangelio de San Lucas, nos invitan a reflexionar sobre la grandeza de Dios y su obra en María. Su Asunción es vista como un signo de consuelo y esperanza para los creyentes, recordándonos que la resurrección y la vida eterna no son solo promesas, sino realidades cumplidas en María y que se cumplirán en nosotros.
Fe y Esperanza
La vida de María, y su Asunción en particular, nos enseñan a enfrentar las dificultades con fe, mirando siempre hacia el destino último de unión con Dios. María, quien vivió plenamente en la voluntad de Dios, ahora nos muestra el camino hacia la plenitud en el Cielo.
Por tanto, la celebración de la Asunción no es solo una fiesta dedicada a María, sino un recordatorio para todos los fieles de su propio destino en la fe. Nos anima a vivir nuestra vida con la esperanza puesta en la promesa de la resurrección y a comprometernos en nuestro día a día con la misma fe y confianza que María mostró a lo largo de su vida.
Oración a la Virgen Asunta
Al celebrar esta solemnidad, los fieles recurren a la intercesión de María, pidiéndole que, desde su lugar en el Cielo, guíe a la Iglesia y a cada uno de sus hijos hacia la vida eterna. La oración a María Asunta es una expresión de esta esperanza, uniendo a los creyentes en un clamor común de fe y confianza en la promesa divina de la vida eterna.
Oh María Inmaculada Asunta al cielo,
tú que vives bienaventurada en la visión de Dios:
de Dios Padre que te hizo alta criatura, de Dios Hijo que quiso
ser generado como hombre por ti y tenerte como madre,
de Dios Espíritu Santo que en ti realizó la concepción humana del Salvador.
Oh María purísima,
Oh María dulcísima y bellísima,
Oh María, mujer fuerte y reflexiva.
Oh María, pobre y dolorosa,
María, virgen y madre,
mujer humanísima como Eva, más que Eva;
cercana a Dios en tu gracia, en tus privilegios,
en tus misterios,
en tu misión, en tu gloria.
Oh María asunta a la gloria de Cristo en la perfección completa
y transfigurada de nuestra naturaleza humana.
Oh María, puerta del cielo,
espejo de la Luz divina,
santuario de la Alianza entre Dios y los hombres,
deja que nuestras almas vuelen tras de ti
deja que se eleven tras tu radiante camino
transportadas por una esperanza que el mundo no tiene, la de la dicha eterna.
Consuélanos desde el cielo, oh Madre misericordiosa,
y por tus caminos de pureza y esperanza guíanos un día al encuentro feliz contigo
y con tu divino Hijo nuestro Salvador Jesús. ¡Amén!