La historia del chico que de la nada saltó a la fama no es exclusiva de Bad Bunny. Relatos así nutren los archivos del entretenimiento y el deporte desde siempre. Pero no por ello deja de ser romántico notar que la fama puede llegarle a quien sea de la forma que sea.
En los cuernos de la luna, Bad Bunny anunció su retiro temporal. “El 2023 es para mí, para mi salud física, mi salud emocional, para respirar, & disfrutar mis logros. Vamos a celebrar. Tengo un par de compromisos esporádicos, e iré al estudio, pero no hay presión”, declaró a la revista Billboard, que le dedica su última portada del año, y lo nombra “el artista top del 2022”.
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Los conciertos de este 9 y 10 de diciembre en Estadio Azteca, que marcan el cierre de su gira World Hottest Tour, serán los últimos que ofrecerá el intérprete de Yo perreo sola. Los shows, que serán vistos por casi 180 mil personas, quedarán registrados en un video, según informa la cuenta de Twitter @tourbadbunny.
El breve camino al estrellato de Bad Bunny
Hace seis años. Benito Antonio Martínez Ocasio era un salario mínimo más en Puerto Rico. En 2016, el hoy artista más escuchado del mundo empaquetaba productos en un supermercado a las afueras de San Juan; hoy empaqueta las emociones de una generación que paga hasta 500 dólares por verlo.
Sus canciones, mantras del gozo inmediato, apelan al deseo de personas que quieren pasarla bien sin mayores pretensiones. En la Universidad Estatal de San Diego ya hay cursos especializados en su música y el video de su canción El apagón se ha convertido en un instrumento de denuncia de la crisis social y política de Puerto Rico.
En 2015, Bad Bunny subió algunas canciones a SoundCloud a ver si pegaban. Y pegaron. Grababa con apenas una laptop y un celular. Él mismo lo ha dicho: la tecnología es su mejor aliada. Cuando compone, deja que el autotune y las programaciones hagan su trabajo. Reconoce que de música sabe poco y lo tiene sin cuidado.
En el hogar de Bad Bunny había una figura sagrada: Héctor Lavoe. Creció escuchándolo hablar de la suerte que un día cambiará. Su padre quería que él fuera beisbolista; su madre, ingeniero. Benito era bueno en la escuela. Antes de que la fama tocara a su puerta, obtenía buenas notas en la Universidad de Puerto Rico en Arecibo.
El Conejo Malo se precia de ser anti gringo, pero su éxito no puede explicarse sin la maquinaria estadounidense que lo arropa. Rimas Entertainment es el sello de sus álbumes. Su sede principal está en Puerto Rico, pero tiene conexiones profundas en Miami: el centro operacional donde se hacen las estrellas latinas globales. Incluso en su primer disco participaron el productor estadounidense Diplo y el rapero canadiense Drake. Su concierto más emblemático —del cual el propio Bad Bunny decidió hacer un documental: Uforia con Bad Bunny: el evento que revolucionó la música en 2020— se organizó en Manhattan, a bordo de un camión.
Hace unos días, el icónico corazón rojo de su disco fue el inflable más aplaudido en el Desfile de Acción de Gracias de Nueva York. Y otro dato: el video de uno de sus grandes éxitos, Tití me preguntó, fue grabado en esa misma ciudad. No es nada nuevo: la Gran Manzana fue el caldo de cultivo de otros grandes de la música afroantillana: Héctor Lavoe, Willie Colón, Rubén Blades, Johnny Pacheco, Tito Puente…
¿Usar el sistema contra el propio sistema?
“Hay que romper eso de que los gringos son dioses… No, papi”, sentenció Bad Bunny en enero de 2021. Pero Estados Unidos y México son los países que más lo escuchan, según datos de Spotify. Desde allá la Academia Latina de la Grabación ha dejado claro que hoy él es el rey de los Grammy. Desde allá la revista Rolling Stone, igual que Billboard, lo posiciona como el artista del año. Desde allá impone modas queer en pasarelas y galas.
Bad Bunny es la mayor expresión comercial del reguetón: su música no es el viejo dembow del barrio, del soundsystem, ese que raspaba las bocinas y levantaba lívidos a finales de los 90 e inicios de los 2000. Las canciones de Bad Bunny, dicen especialistas consultados por El Sol de México, son bombas de trap —un género estadounidense derivado del hip hop— aderezadas con reguetón. La misma tendencia de toda una camada de artistas como J Balvin o Maluma (por mencionar los nombres más conocidos).
“El reguetón que hoy suena en las fiestas o que encabeza las listas tiende ser el más cercano al pop, con letras un tanto más superficiales o centradas sólo en sentimientos universales como el amor. Y otra cosa a destacar es que ese reguetón también está ligado a la estrategia de marketing estadounidense que sabe qué artistas colocar en segmentos de clases más altas y cuáles no… En muchos lugares, entre ellos México, llega y tiene más éxito aquello que viene de Estados Unidos, sobre todo entre las clases medias”, explica en entrevista Bruno Bartra, etnomusicólogo de la City University of New York (CUNY).
El reguetón es un género musical con 30 años de existencia. En México primero conquistó a las clases más desfavorecidas, donde los perreos se organizaban al ritmo de un reguetón agreste y bajo los influjos de la mona.
“Puerto Rico, a lo largo de su historia, ha pasado por situaciones de crisis por intentar ser conquistada. Hoy es un Estado asociado libre de Estados Unidos. Es en este contexto donde el reguetón comienza a darle voz a estas poblaciones minoritarias”, afirma Aurora Oliva, etnomusicóloga de la UNAM.
Sin embargo, con el tiempo, dice, la industria devoró poco a poco aquella esencia del género hasta el punto de convertirse en un género de masas.
Esta comercialización masiva ha permitido “poner al frente muchas palabras” de origen latino en el panorama internacional, como tití. “Esto es una especie de conquista del lenguaje local”, considera.
La experta asegura que Bad Bunny ha sabido usar la industria para dar voz a causas sociales como las injusticias entre la sociedad puertorriqueña o la reivindicación de la mujer dentro del género, con letras alejadas de la misoginia característica de buena parte del viejo reguetón.
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“Bad Bunny ha tenido que venderse y cumplir con las reglas de la industria para luego poder salirse de eso. No olvidemos que el reguetón, desde el punto de vista musical, es muy digerible para una población amplísima de todo el mundo”, apunta Oliva.
“Podemos ver al reguetón como una diáspora, como este género migrante donde agrupamos a la danza y a la música como un binomio inseparable, porque desde que estamos en el vientre materno sabemos que hay movimiento y hay sonido… El tiempo es el que nos dirá si esta música perdurará o no, tal y como ha sucedido con Beethoven o con los Beatles”, concluye.