/ domingo 14 de febrero de 2021

Drácula, a 90 años de su mito gracias el cine

La cinta de Tod Browning cumple hoy 90 años; con su interpretación del vampiro, el actor Bela Lugosi logró dar vida a uno de los personajes de terror más populares

Pocos personajes como Drácula encarnan tanta maldad. Quizás porque, en el fondo, sólo es un hombre. Uno que no necesita convertirse en bestia para ser perverso. Dos colmillos y una insaciable sed de sangre bastan para que este humano demasiado humano sea uno de los personajes de terror más reproducidos en el último siglo.

Aunque su origen abreva de tantas fuentes que van de la mitología egipcia y las leyendas orales de los pueblos rumanos, a algún tratado filosófico de Voltaire o Petronio, no fue hasta 1931, hace exactamente 90 años, cuando una película moldeó la imagen del vampiro que hoy todos conocemos: la del hombre adinerado y seductor que bebe de la sangre ajena a veces por maldad, a veces por lujuria y a veces por soledad.

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Hablamos, por supuesto, de Drácula (1931), cinta del director estadounidense Tod Browning, quien basado, pero a la vez tomando distancia de la novela homónima del irlandés Bram Stoker, creó la figura del oscuro dandi chupasangre que simboliza casi todas las variantes de la maldad humana.

No son pocos los historiadores de Hollywood —como Kenneth Anger o el mismo Clive Leatherdale, amplio conocedor del vampirismo— quienes han señalado a aquella película protagonizada por el misterioso actor húngaro Bela Lugosi como el reflejo de un racismo de su época contra los inmigrantes que llegaban de Europa huyendo de la guerra o el fascismo: ¿O de qué otra manera —se plantean— puede explicarse que la maldad sea representada curiosamente por un húngaro-rumano de aspecto gitano y no por un blanco caucásico que en ese entonces sí era el estereotipo de alguien que amasaba fortunas en la gelidez de sus castillos?

No es un secreto que, en el pasado, Estados Unidos utilizó el cine de forma propagandística para afianzar ideologías o promover el rechazo hacia otras, asegura en entrevista el escritor mexicano Alberto Chimal, amplio conocedor de la literatura y el cine de terror.

No es que Hollywood haya hecho Drácula (1931) con el propósito de promover la xenofobia contra los inmigrantes de Europa del Este —región donde nació Bela Lugosi y a menudo relacionada con los pueblos gitanos que desde siempre han sido discriminados en el mundo—, pero en aquella época sí existía un rechazo generalizado del pueblo estadounidense hacia los irlandeses, italianos, húngaros, rusos o polacos que llegaban buscando el sueño americano.

“Aunque en su novela Stoker ya había delineado a Drácula como un depredador auténtico, es hasta la película de Browning que adquiere una personalidad única, en gran parte gracias a la presencia emocional y física de Bela Lugosi, quien era muy diferente a todos los estadounidenses y era mucho más parecido a los tantos inmigrantes que buscaban trabajo en ese país”, explica Chimal.

En efecto, Bela Lugosi fue uno de los cientos de miles de inmigrantes que llegaron a la Isla de Ellis, Nueva York, en busca de una mejor vida. Él arribó en 1921, huyendo de los conflictos políticos y bélicos de su natal Hungría.

En Europa, Lugosi era conocido por sus ideas socialistas —para nada bien vistas en Estados Unidos— y por haber fundado uno de los sindicatos de actores más sólidos de su país. Y es justamente en las tierras de la Estatua de la Libertad donde el húngaro encuentra trabajo para protagonizar en Broadway algunas representaciones teatrales del Conde Drácula. Su actuación fue tan aclamada que en Hollywood se encendieron las alarmas: él era el indicado para hacer la primera gran película comercial del vampiro de Transilvania —antes Alemania ya había estrenado una, Nosferatu, el vampiro (1922), pero por problemas de derechos de autor nunca fue reconocida por la familia Stoker y tuvo una difusión limitada.

Sonaría ridículo decir que el protagonista de una de las más importantes películas de la historia sólo cobró 3 mil 500 dólares por seis semanas de rodaje, pero así fue, según consta en el libro Donde todo ha sucedido: Al salir del cine (2005), del escritor español Javier Marías.

“Estamos hablando de una de las películas clave del cine de terror. Después del Drácula de Browning y Bela Lugosi, se cimentó toda una iconografía del vampiro con esa figura arquetípica que hoy todos reconocemos en el hombre malvado y elegante, vestido de frac y capa con forro rojo, que se mueve con una actitud seductora capaz de generar misticismos inigualables”, considera Edna Campos, directora y fundadora de Macabro Festival, uno de los encuentros fílmicos de horror más importantes del mundo.

Es curioso que, en un inicio, Bela Lugosi no haya sido considerado para interpretar al Conde Drácula. El elegido había sido el actor estadounidense Lon Chaney, pero falleció por un cáncer de laringe poco antes del rodaje. Entonces Universal Studios hurgó en los teatros neoyorquinos hasta encontrar al húngaro, quien hizo casting de fast track porque ya no había tiempo para retrasar la filmación.

“La película, sin duda, fue esencial para sembrar la imagen de ese depredador disfrazado de normalidad, afabilidad y seducción que es Drácula", comenta Chimal". "Pero también —aclara— está la otra lectura de prejuicios racistas, porque muchas personas que vieron la versión de Hollywood podían interpretar la cinta de manera equivocada al relacionarla con todos esos inmigrantes que llegaban a Estados Unidos de manera aparentemente inofensiva pero que, como Drácula, luego se transformaban en algo negativo. Eso hizo Hollywood con otros grupos como los irlandeses o los italianos. Obviamente, esta visión se fue borrando conforme Drácula trascendió tiempos y fronteras hasta convertirse en un clásico”, concluye Chimal.

Pocos personajes como Drácula encarnan tanta maldad. Quizás porque, en el fondo, sólo es un hombre. Uno que no necesita convertirse en bestia para ser perverso. Dos colmillos y una insaciable sed de sangre bastan para que este humano demasiado humano sea uno de los personajes de terror más reproducidos en el último siglo.

Aunque su origen abreva de tantas fuentes que van de la mitología egipcia y las leyendas orales de los pueblos rumanos, a algún tratado filosófico de Voltaire o Petronio, no fue hasta 1931, hace exactamente 90 años, cuando una película moldeó la imagen del vampiro que hoy todos conocemos: la del hombre adinerado y seductor que bebe de la sangre ajena a veces por maldad, a veces por lujuria y a veces por soledad.

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Hablamos, por supuesto, de Drácula (1931), cinta del director estadounidense Tod Browning, quien basado, pero a la vez tomando distancia de la novela homónima del irlandés Bram Stoker, creó la figura del oscuro dandi chupasangre que simboliza casi todas las variantes de la maldad humana.

No son pocos los historiadores de Hollywood —como Kenneth Anger o el mismo Clive Leatherdale, amplio conocedor del vampirismo— quienes han señalado a aquella película protagonizada por el misterioso actor húngaro Bela Lugosi como el reflejo de un racismo de su época contra los inmigrantes que llegaban de Europa huyendo de la guerra o el fascismo: ¿O de qué otra manera —se plantean— puede explicarse que la maldad sea representada curiosamente por un húngaro-rumano de aspecto gitano y no por un blanco caucásico que en ese entonces sí era el estereotipo de alguien que amasaba fortunas en la gelidez de sus castillos?

No es un secreto que, en el pasado, Estados Unidos utilizó el cine de forma propagandística para afianzar ideologías o promover el rechazo hacia otras, asegura en entrevista el escritor mexicano Alberto Chimal, amplio conocedor de la literatura y el cine de terror.

No es que Hollywood haya hecho Drácula (1931) con el propósito de promover la xenofobia contra los inmigrantes de Europa del Este —región donde nació Bela Lugosi y a menudo relacionada con los pueblos gitanos que desde siempre han sido discriminados en el mundo—, pero en aquella época sí existía un rechazo generalizado del pueblo estadounidense hacia los irlandeses, italianos, húngaros, rusos o polacos que llegaban buscando el sueño americano.

“Aunque en su novela Stoker ya había delineado a Drácula como un depredador auténtico, es hasta la película de Browning que adquiere una personalidad única, en gran parte gracias a la presencia emocional y física de Bela Lugosi, quien era muy diferente a todos los estadounidenses y era mucho más parecido a los tantos inmigrantes que buscaban trabajo en ese país”, explica Chimal.

En efecto, Bela Lugosi fue uno de los cientos de miles de inmigrantes que llegaron a la Isla de Ellis, Nueva York, en busca de una mejor vida. Él arribó en 1921, huyendo de los conflictos políticos y bélicos de su natal Hungría.

En Europa, Lugosi era conocido por sus ideas socialistas —para nada bien vistas en Estados Unidos— y por haber fundado uno de los sindicatos de actores más sólidos de su país. Y es justamente en las tierras de la Estatua de la Libertad donde el húngaro encuentra trabajo para protagonizar en Broadway algunas representaciones teatrales del Conde Drácula. Su actuación fue tan aclamada que en Hollywood se encendieron las alarmas: él era el indicado para hacer la primera gran película comercial del vampiro de Transilvania —antes Alemania ya había estrenado una, Nosferatu, el vampiro (1922), pero por problemas de derechos de autor nunca fue reconocida por la familia Stoker y tuvo una difusión limitada.

Sonaría ridículo decir que el protagonista de una de las más importantes películas de la historia sólo cobró 3 mil 500 dólares por seis semanas de rodaje, pero así fue, según consta en el libro Donde todo ha sucedido: Al salir del cine (2005), del escritor español Javier Marías.

“Estamos hablando de una de las películas clave del cine de terror. Después del Drácula de Browning y Bela Lugosi, se cimentó toda una iconografía del vampiro con esa figura arquetípica que hoy todos reconocemos en el hombre malvado y elegante, vestido de frac y capa con forro rojo, que se mueve con una actitud seductora capaz de generar misticismos inigualables”, considera Edna Campos, directora y fundadora de Macabro Festival, uno de los encuentros fílmicos de horror más importantes del mundo.

Es curioso que, en un inicio, Bela Lugosi no haya sido considerado para interpretar al Conde Drácula. El elegido había sido el actor estadounidense Lon Chaney, pero falleció por un cáncer de laringe poco antes del rodaje. Entonces Universal Studios hurgó en los teatros neoyorquinos hasta encontrar al húngaro, quien hizo casting de fast track porque ya no había tiempo para retrasar la filmación.

“La película, sin duda, fue esencial para sembrar la imagen de ese depredador disfrazado de normalidad, afabilidad y seducción que es Drácula", comenta Chimal". "Pero también —aclara— está la otra lectura de prejuicios racistas, porque muchas personas que vieron la versión de Hollywood podían interpretar la cinta de manera equivocada al relacionarla con todos esos inmigrantes que llegaban a Estados Unidos de manera aparentemente inofensiva pero que, como Drácula, luego se transformaban en algo negativo. Eso hizo Hollywood con otros grupos como los irlandeses o los italianos. Obviamente, esta visión se fue borrando conforme Drácula trascendió tiempos y fronteras hasta convertirse en un clásico”, concluye Chimal.

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