En el municipio de Huixtla, Chiapas, el activista Daniel Hernández Rabanales ha dedicado los últimos 28 años de su vida a ayudar a migrantes de distintas nacionalidades que cruzan la región en su travesía hacia el norte. A través de la asociación civil Brazo de Dios, fundada el 6 de enero de 1998, Hernández ha brindado apoyo a miles de personas, ofreciéndoles comida y un lugar seguro para descansar.
Actualmente, su comedor comunitario ha atendido a migrantes de 18 países distintos, y aunque la sede actual tiene apenas 3 o 4 años de funcionamiento, Hernández ha estado en la primera línea de atención desde que inició su labor. “Toda la gente que viene en caravanas es atendida por nosotros. Les damos de comer, ya sea aquí en el comedor o hasta el kilómetro 10 de la carretera”, comentó.
En los últimos días, la situación migratoria ha vuelto a ser noticia por la muerte de varios migrantes que intentaban cruzar por una ruta peligrosa controlada por narcotraficantes. Según Hernández, ese camino es exclusivamente transitado por personas vinculadas al crimen organizado, y aunque algunos migrantes pagan a coyotes para guiarlos, no hay garantía de seguridad: “El que tiene dinero paga, el que no, se viene por carretera. Aquí ayudamos a todos”.
El activista también ha sido testigo del sufrimiento causado por las extorsiones y secuestros. Hace poco atendió a dos familias venezolanas que fueron secuestradas en Huehuetán y obligadas a pagar 40 mil pesos por su libertad. “Aquí estuvieron conmigo una semana. No podían reponerse del trauma. Gracias a Dios, a una niña que venía con ellos no la violaron, pero todos vivieron bajo la amenaza de muerte”, relató.
El flujo migratorio en la región ha disminuido en las últimas semanas, pero Hernández sabe que pronto volverá a aumentar. “Algunos periodistas amigos me avisan cuando vienen las caravanas grandes. Ahí buscamos donaciones, sobre todo con mis familiares y compadres. Yo lo consigo de donde sea, pero lo consigo”, aseguró.
Sobre las rutas más peligrosas para los migrantes, señaló el tramo antes de llegar a Mapastepec, en Tezcuintla, donde han ocurrido múltiples asaltos y agresiones. A pesar de los riesgos, Hernández sigue comprometido con su misión: “Llevo 28 años haciendo esto y no puedo dejarlo. Es un acto de misericordia que hago con todo el corazón”.