/ sábado 26 de octubre de 2024

Doña Patricia Jiménez y la tradición de catrinas recicladas en Tapachula

La producción de catrinas comienza en mayo o junio, cuando empieza a armar los cuerpos poco a poco, empapelándolos y buscando nuevos materiales reciclables

Por más de cinco años, Norma Patricia Jiménez Villatoro ha mantenido viva una tradición única, en Tapachula: la creación de catrinas con materiales reciclados. Su pasión por el medio ambiente y su habilidad artesanal la han llevado a innovar en cada pieza, haciendo que sus catrinas sean reconocidas en diferentes partes del mundo.

Norma Patricia, conocida entre sus clientes por su dedicación y creatividad, comenzó su labor con simples cajas de cartón de leche. Hoy, utiliza una variedad de materiales reciclables, desde botellas hasta bases de ventiladores, para dar vida a sus catrinas. "Sí he avanzado, mis manos han aprendido a hacer las cosas diferentes", comenta mientras muestra una de sus más recientes creaciones, una catrina de tres metros.

A lo largo de los años, Patricia ha experimentado con distintos elementos decorativos, incorporando flores artificiales y elaborando vestidos más complejos. Sin embargo, lo que nunca cambia es la base de sus catrinas: todo es reciclado. "No manejo moldes. Cada catrina es diferente, va dependiendo de mi estado de ánimo", explica. Hace tres años, debido a un periodo de depresión, todas sus catrinas tenían caras tristes; este año, en cambio, todas lucen grandes sonrisas.

La producción de catrinas en su hogar comienza en mayo o junio, cuando empieza a armar los cuerpos poco a poco, empapelándolos y buscando nuevos materiales reciclables. A partir de septiembre, ya es común ver varias catrinas listas para la venta. Aunque algunas veces se le agotan antes del Día de Muertos, Patricia sigue ofreciendo pequeñas piezas hechas de botellas de refresco, vino o leche. “Tengo clientes que vienen casi el 2 de noviembre buscando catrinas para sus altares, pero a veces solo tengo las más pequeñitas”, cuenta.

La fama de las catrinas de Patricia ha cruzado fronteras. Un cliente llevó una pequeña catrina hasta Austria, y en los cruceros que llegan a Puerto Chiapas, varios turistas han comprado algunas de sus piezas para llevar a casa. “No sé hasta dónde habrán llegado mis catrinas, pero sé que han viajado a Guatemala, Oaxaca, y quién sabe dónde más”, dice con orgullo.

Este año, Patricia ha añadido una novedad a su colección: chalupas y bustos con la cara de la catrina. "Cada año trato de meter algo nuevo", comenta, mientras menciona que las catrinas más grandes las vende por 2 mil pesos.

Norma Patricia Jiménez Villatoro es un ejemplo de cómo una tradición mexicana puede mantenerse viva a través de la creatividad y el compromiso con el medio ambiente. Mientras sus manos sigan trabajando, sus catrinas seguirán llevando una sonrisa a quienes las adquieren, tanto en Tapachula como en el extranjero. "Si no compra, venga y tómese la foto", invita, siempre con una sonrisa, convencida de que la tradición de la catrina no debe perderse.

Por más de cinco años, Norma Patricia Jiménez Villatoro ha mantenido viva una tradición única, en Tapachula: la creación de catrinas con materiales reciclados. Su pasión por el medio ambiente y su habilidad artesanal la han llevado a innovar en cada pieza, haciendo que sus catrinas sean reconocidas en diferentes partes del mundo.

Norma Patricia, conocida entre sus clientes por su dedicación y creatividad, comenzó su labor con simples cajas de cartón de leche. Hoy, utiliza una variedad de materiales reciclables, desde botellas hasta bases de ventiladores, para dar vida a sus catrinas. "Sí he avanzado, mis manos han aprendido a hacer las cosas diferentes", comenta mientras muestra una de sus más recientes creaciones, una catrina de tres metros.

A lo largo de los años, Patricia ha experimentado con distintos elementos decorativos, incorporando flores artificiales y elaborando vestidos más complejos. Sin embargo, lo que nunca cambia es la base de sus catrinas: todo es reciclado. "No manejo moldes. Cada catrina es diferente, va dependiendo de mi estado de ánimo", explica. Hace tres años, debido a un periodo de depresión, todas sus catrinas tenían caras tristes; este año, en cambio, todas lucen grandes sonrisas.

La producción de catrinas en su hogar comienza en mayo o junio, cuando empieza a armar los cuerpos poco a poco, empapelándolos y buscando nuevos materiales reciclables. A partir de septiembre, ya es común ver varias catrinas listas para la venta. Aunque algunas veces se le agotan antes del Día de Muertos, Patricia sigue ofreciendo pequeñas piezas hechas de botellas de refresco, vino o leche. “Tengo clientes que vienen casi el 2 de noviembre buscando catrinas para sus altares, pero a veces solo tengo las más pequeñitas”, cuenta.

La fama de las catrinas de Patricia ha cruzado fronteras. Un cliente llevó una pequeña catrina hasta Austria, y en los cruceros que llegan a Puerto Chiapas, varios turistas han comprado algunas de sus piezas para llevar a casa. “No sé hasta dónde habrán llegado mis catrinas, pero sé que han viajado a Guatemala, Oaxaca, y quién sabe dónde más”, dice con orgullo.

Este año, Patricia ha añadido una novedad a su colección: chalupas y bustos con la cara de la catrina. "Cada año trato de meter algo nuevo", comenta, mientras menciona que las catrinas más grandes las vende por 2 mil pesos.

Norma Patricia Jiménez Villatoro es un ejemplo de cómo una tradición mexicana puede mantenerse viva a través de la creatividad y el compromiso con el medio ambiente. Mientras sus manos sigan trabajando, sus catrinas seguirán llevando una sonrisa a quienes las adquieren, tanto en Tapachula como en el extranjero. "Si no compra, venga y tómese la foto", invita, siempre con una sonrisa, convencida de que la tradición de la catrina no debe perderse.

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