Cada lugar del mundo tiene sus propios personajes de terror, entes que deambulan amparados en las sombras de la noche y que provocan daños a la desafortunada persona que los tope en su camino.
Algunos son más sobrenaturales que otros, se dice que no es lo mismo un espíritu que un fantasma, un ente o un “enviado del infierno” pero ¿Quién puede saber? Vivir una experiencia de las clasificadas como sobrenaturales, no es cosa fácil, contarla tampoco y aún así, a pesar del escepticismo, las leyendas persisten hasta el día de hoy.
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Tal es el caso de El Sombrerón, se dice de él que es un hombre atractivo, otros dicen que tiene los ojos rojos de ira y hay quien señala que su rostro no se puede ver por la sombra que provoca el enorme sobrero de charro que porta.
Va a caballo, y viste de charro con botonadura de plata y oro que resaltan en su traje de color negro. Se dice que escoge a sus víctimas, otros cuentan que simplemente va por ahí y es el infortunio lo que sella el destino de quien tiene la desdicha de verle.
Puede ocurrir que al momento la persona quede paralizada del terror, pues aún cuando pueda verse simplemente como un charro montado a caballo, se siente que la piel se enchina ante su presencia y un terror mortal que se apodera de quien presencia su paso.
¡Hay de quien intente ser simple testigo de este hecho! El Sombrerón no perdona, la persona que le ha visto comienza poco a poco a adelgazar, no hay medicina que le cure, simplemente va perdiendo peso, su pelo encanece y a los pocos días muere, si es que no queda difunto en el mismo acto.
Las abuelas advertían a sus maridos no andar de noche por las calles, pues El Sombrerón podría encontrarlos.
Cuando sonaban los cascos de caballos pasando por las calles, se santiguaban dentro de sus casas –Ahí va el sombrerón, decían y no permitían que nadie se asomara a la puerta no los fuera a “ganar”, expresión que indica que el alma de la persona pertenece ya a este extraño ser y que la muerte es inminente.
No falta, claro, el bragado que presume de macho y que afirma andar en busca de El Sombrerón, pero él no se aparece a cualquiera, ni atiende llamados de nadie más que de su voluntad, cualquiera que esta sea.