Jefferson Mariña Díaz, oriundo de Caracas, Venezuela, cuenta cómo su pasión por el malabarismo, se convirtió en su sustento mientras viajaba por Centroamérica.
Recuerda que después de salir de su país hace aproximadamente un año, pasó por Colombia, cruzó la selva y llegó a Panamá. Dice que ahí, comenzó a trabajar en las calles haciendo malabares, una habilidad que perfeccionó a lo largo de su viaje por Costa Rica, Nicaragua, Honduras y Guatemala.
Jefferson expresa que en Guatemala, junto con sus compañeros de viaje tuvieron una experiencia positiva en Puerto San José, durante la Semana Santa, donde la gente los apoyó generosamente. Sin embargo, en la comunidad fronteriza de Tecún Umán, fueron arrestados por hacer malabares, lo que les costó sus herramientas de trabajo. No obstante, cruzaron el río hasta Ciudad Hidalgo, donde pudieron reponer sus utensilios y continuar su viaje
Agrega que actualmente en Tapachula ha estado realizando actos de malabarismo en los semáforos durante unas dos o tres semanas, mientras se prepara para su próximo destino, probablemente Tuxtla Gutiérrez. Explica que aunque en Venezuela solo hacía malabares como hobby, la necesidad de sobrevivir en su travesía lo llevó a trabajar en los semáforos para ganar dinero para comida y transporte.
Jefferson utiliza una variedad de instrumentos para sus actuaciones, en los que incluye machetes, aros, pelotas y a veces escupe fuego. Aprendió muchas de estas habilidades en su camino gracias a otros malabaristas que conoció, especialmente en Honduras.Platica que su vida cotidiana consiste en trabajar todos los días, reunir suficiente dinero para comer y pagar un lugar económico donde pueda bañarse y lavar su ropa. Su objetivo final es conocer México, aprender más sobre su cultura y mejorar en el arte del malabarismo, mientras se conecta con otros artistas callejeros.
A la gente que lo ve en la calle, Jefferson les pide una moneda, ya sea un peso, dos pesos o menos. Agradece siempre el apoyo, ya sea monetario, incluso una sonrisa o un aplauso, especialmente de los niños.
Aclara que viajar solo es su elección, aunque su hermano lo acompañó inicialmente en el viaje, cada uno tomó caminos diferentes para explorar y vivir nuevas experiencias.
Finalmente, Jefferson destaca que hacer malabares es un trabajo honrado que no afecta a nadie, sino que aporta un poco de cultura y entretenimiento tanto a niños como a adultos. Con gratitud, menciona cómo ha sido bien recibido en Tapachula y espera continuar llevando su arte a nuevas ciudades.