Huevo revuelto con tomate, perejil y plátano macho cocido, es el desayuno de Mariam, tiene 6 meses de embarazo y ese fue el antojo de hoy, el que pudo cumplirse pues la situación no es fácil para ella ni para ninguno de los connacionales con quienes comparte el hospedaje donde habita actualmente.
Para Julen la mañana es más dura, cuando la reportera le pregunta cuál sería un desayuno o almuerzo típico sonríe y dice: “si hay…” lo que tengamos, pero hoy no hay, así que esperaremos a que en la comida podamos tener algo, porque cuando no hay, pues sólo pasamos el día, dice, sin perder su amplia sonrisa.
Julen habla español, tiene con ella a un pequeño de 3 o 4 años que sonríe sin saber él ya tomó leche, para él procuran que sí haya.
Julen y sus compañeras habitan en una pensión de las muchas que se han habilitado para albergar a las y los migrantes que pueden pagarlas en su tránsito por Tapachula, les dan un espacio para cocinar, cuentan con un refrigerante y así conservan su comida, quienes tienen para comprar.
No sabe canciones de cuna, ella no le canta a su hijo, pero una de sus compañeras tararea en creolé haitiano, este idioma “Está estructuralmente basado en el francés, pero mezclado con lenguas del África Occidental”.
Lee también: Haitianos le huyen a la vacuna contra el Covid-19 en Tapachula, Chiapas
A la charla se acerca, curioso, un joven. Agustín dice que se llama, él dice que es muy difícil para ellos estar aquí, la parte más complicada de cruzar fue justo la frontera de Guatemala con México.
Llegar a Tapachula les costó a él y su esposa embarazada, tres veces más de lo que debía ser, pues los deportaron y al volver, fue más caro y difícil, pero ya están aquí.
Ahora lo que le preocupa es que su esposa está a punto de dar a luz y en la clínica del Sector Salud a la que le dijeron que debía ir le están dando cita médica para el 25 de octubre, cuando su esposa podría dar a luz en los próximos días.
Estar aquí no es sencillo, sin trabajo, sin ropa o comida, apenas con dinero para pagar un espacio habitable, las tardes las ocupan en jugar dominó, es la única distracción “para no sentirnos tristes”, dice Agustín y Julen lo confirma sonriendo: si, nos reunimos amigos y amigas a jugar, dice.
La sonrisa de Julen es amplia, optimista, su actitud es abierta, amable, “no tengo ropa”, comenta, pero en los próximos días espera poder ir a la iglesia, para agradecer por estar aquí.
“Nadie se va por gusto, esto no son vacaciones”, dice Agustín quien espera poder conseguir un espacio para su esposa y su hijo que nacerá ya siendo mexicano, en unos días más.