Darvin fue uno de los tantos centroamericanos que en las últimas horas fue deportado desde Mc Allen, Texas, a Tapachula, para ser enviado vía terrestre a Guatemala.
Pero el hombre nativo de Tegucigalpa está lejos de su tierra, a cientos de kilómetros. Algo no cuadra en su repatriación, porque nunca llegó a la patria que lo vio nacer y de la cual tuvo que escapar, antes que las maras cobraran su vida.
“A mi me subieron a ese avión en Texas, me llegaron a sacar de una casa donde estaba trabajando como albañil y ya no me soltaron, ahora estoy aquí sin un centavo y no tengo a dónde ir. Dígame usted qué hacer, dónde dormir, esos gringos son unos desgraciados, yo pedí refugio y no me lo dieron”, apuntó.
Darvin no tiene más que una mochila mojada por la lluvia y un par de tenis rotos que en poco tiempo, provocarán que su meñique salga de la tela del calzado.
No hay opción. Se ha soltado a llorar al encontrarse con un grupo de connacionales en El Carmen, donde fue “aventado”, como él menciona.
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“Aquí qué voy a hacer yo, mi familia está en Honduras y no saben qué estoy aquí, estoy perdido para ellos porque ni siquiera hemos podido hablar”, añadió.
Junto a él, algunos otros hombre han decidido reunir dinero para iniciar el camino hacia su país, en un sentido de retorno que jamás imaginaron que tendrían que emprender.
En torno a México, afirmó que este país únicamente obedece las órdenes que el gobierno de Joe Biden da, pero no tiene autonomía ni decisión propia sobre su territorio, para tal prueba, que ahora tienen muchos que perderse entre la oscuridad de esta garita migratoria.
Sobre si lo volverá a intentar, afirma que no. Quizás la próxima vez, como el relata, tenga que regresar sin vida a su país, así que por ahora la primicia es preservar la vida y comenzar a hacer piernas hacia su natal Tegucigalpa.