Se llevaron a mi hermana, dijo el vendedor de aguas frescas y comenzó a moverse a prisa avanzando entre el lento tráfico de la 2a poniente.
A la vuelta de la esquina, otra vendedora en triciclo se vuelve para avisarle a alguien detrás: ¡ahí viene! El policía municipal que acababa de pagar su agua de naranja pone cara de alarma y se despide rápidamente; la vendedora inicia también el avance sobre la misma calle que antes recorrió el primer vendedor.
En el camino, una joven le advierte: se los están llevando una patrulla acaba de levantar a una señora, se la llevaron con todo y todo.
Las personas que venden aguas frescas en el centro de la ciudad a bordo de sus triciclos son una bendición para transeúntes que caminan en el clima húmedo tropical de Tapachula.
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Aguas naturales servidas en bolsas de plástico alrededor de medio litro por diez pesos son un oasis para quien muere de sed bajo los 30 grados a la sombra de esta ciudad que aún recuerda que una vez fue selva.
No importa que 'se pongan a mano' , desde que el Ayuntamiento actual tomó posesión hay una guerra declarada en contra de vendedores y vendedoras ambulantes, al menos contra quienes eligen, pues muchos otros puestos se mantienen hasta semifijos sin que haya consecuencias.
Hoy, una de ellas servirá de lección, deberá pagar su multa y seguro volverá pronto a las calles con su triciclo a vender sus aguas frescas porque, como alcanzó a decir la mujer que se escabullía: ni modos pues.