Tapachula ha contado con cinco zonas rojas a lo largo de 80 años, desde la ubicada en la Primera calle Oriente a principios de los años 40’s hasta Las Huacas en la década de los 90’s.
El bullicio, el olor a alcohol y cigarro, la música de esas épocas y la parafernalia que rodeaban a los prostíbulos, casas de cita, bares y cantinas de la época, fueron cambiando de escenario una y otra vez con el paso del tiempo.
Actualmente la zona de prostitución está dispersa en la Central Oriente y Poniente; en el centro de la ciudad; y en la 5a Poniente, entre 12a y 14a Norte
Entre los años 40’s y 50’s se estableció la primera zona de tolerancia en la ciudad de Tapachula. Se ubicaba en la primera calle Oriente, desde la Avenida Central hasta lo que hoy es el parque Amparo Montes. Ya pasando el parque se encontraba el asilo de ancianos, era el dormitorio público y en frente se encontraba la guardería de la Casa del Niño.
El cronista Jorge Villanueva del Pino señala que las construcciones de aquella época, en este tipo de giros, “eran de ventana-puerta, ventana–puerta y actualmente permanecen. Son tipo vecindad para adentro, como callejón”.
“Se hablaba de muchos negocios, de personajes que empezaron a manejar en aquel tiempo los giros rojos, como La Tehuana, quien después se estableció en la zona sur de la ciudad. La Bertha, La María Elena, Petra, eran los nombres de las personas que manejaban esos lugares”, señala.
Villanueva del Pino narra que el ferrocarril le dio mucha vida a esa zona, porque había mucho intercambio con la gente de Veracruz. Siempre los giros rojos estaban ligados con ese puerto. Habían muchachas que venían a trabajar. En aquel tiempo, con el auge del ferrocarril el comercio era mucho de Tapachula con Veracruz.
“En Tapachula teníamos un banco representativo de Veracruz, el banco de Capitalizador de Veracruz S. A. Casi todas las casas comerciales tenían en el puerto de Veracruz sus matrices para satisfacer esta parte de la República y todos los viajeros venían del puerto con productos que los vendían aquí, como jabones, detergentes, perfumería, pinturas, de allá venía todos. Casi todos los carteristas, jauleros, asaltantes venían de Veracruz y cuando aquí los agarraban, o gente que huía o que cometía algún delito huía y se iban a Veracruz, ese era el intercambio”, relata.
Su debacle vino en el gobierno de Miguel Alemán, cuando se inició la construcción de la escuela secundaria y preparatoria Miguel Alemán Valdez y se desmantelaron todos los negocios que había. Fue entonces que la zona de tolerancia la mandaron a la parte nororiente de la ciudad, una zona que se estaba desenvolviendo y se llamaba Barrio Nuevo, dónde están la 9a, 11a, 13a y 15a Norte, con 5a y 7a Calle Oriente.
Los tugurios quedaron habilitados como hoteles de paso. Donde está actualmente el Instituto McKeever era el Hotel San Luis. En frente estaba otro que se llamaba Talismán, en la esquina estaba el hotel Los Norteños, y en una construcción de barro y techos de tejas estaba El Gato Negro, le cambiaron el nombre en esa época y le pusieron el Hotel Lindavista.
“Más adelante, en lo que hoy es el Hotel Cervantino había sido del Cine Cervantes y después funcionó como motel de paso y se llamaba Hotel Cervantes. Enfrente, donde hoy es un gran estacionamiento, ahí era el Hotel Tepeyac, una cuartería de tejas y de láminas, eso es lo que yo recuerdo cuando tenía doce años. Caminaba a todas estas calles porque venía a la escuela secundaria”, menciona el cronista.
¿Por qué se hizo la primera mudanza?
El primer traslado de la zona de tolerancia empezó en 1956 hasta la década de los 60’s, ubicándose ahora entre la 5ta y 7a Calle Oriente, entre 9a, 11a, 13a y 15a Norte.
Estos eran lugares en donde se instalaron negocios de giros rojos. El primer negocio estaba en la 5ª Oriente esquina con 11ª norte y se llamaba Mi Casita. Después estaban bares como el Veracruz, el Boca del Río, el Siboney y el Tequila. Habían muchos negocios que no tenían nombres, eran innominados, pero ahí se ejercía la prostitución.
“En El Tequila entrabas y era un salón muy grande, techos de lámina, tenía su bar donde servían cerveza, tragos de vino y rodeados siempre de puras mesas y sillas metálicas patrocinados por la cerveza Carta Blanca o la Corona. Al fondo tenía un área donde cruzaba unas puertas y habían grandes corredores, ahí estaba la distribución de los cuartos, cada uno de ellos con puerta y ventana, que era donde estaban las muchachas. Ahí cada una de ellas tenía su cuarto”, relata Villanueva.
“A mi me impresionó mucho que entre los corredores habían muchas hamacas con criaturas, bebés, niños de las propias mujeres que ejercían la prostitución. Y era ahí donde ellas atendían a sus clientes, acababan y ya se salían a tomar, a bailar con ellos. Bailaban con sinfonolas, eran discos de 45 revoluciones, que le depositabas monedas de 50 centavos, de cobre. Estamos hablando de 1962”.
En la mañana se observaba mucho movimiento de camiones repartidores de refrescos, cerveza y de gente. Se tomaba mucha Corona y Cartablanca, tenían mucha demanda. Tomaban mucho ron (ron Castillo, ron Huasteco Potosí y de los que se introducían de Guatemala, como el ron Zacapa).
“Todas las clases sociales venían a estos lugares. Había algún evento social, fiesta o bailes y terminando se venían para acá, se venían los fines de semana, toda esta zona era una romería. En aquella época estaba el boom del café y no habían centros de diversión en Tapachula, como discotecas”, menciona.
“Se tocaba música tropical, eran guarachas, mambos, cumbias y danzón. Estaban artistas como Javier Solís, era el que más se escuchaba. No había protección, pero tampoco proliferaban las enfermedades sexuales como ahora. Había mucha asepsia, muchas recomendaciones en los sanitarios, como asearse, lavarse, enjabonarse después de tener las relaciones sexuales. También se daban muchos embarazos entre las mujeres que ejercían este oficio, porque no habían métodos anticonceptivos, era al puro ritmo”.
En esta zona roja en las tardes se veía mucha población joven, infantil merodeando, conviviendo con este tipo de comercio, se iban familiarizando.
La julia (la patrulla) hacía sus rondines, pero había muchos soldados, como la zona militar estaba muy cerca, inspiraban respeto. En aquel tiempo un soldado o un policía, si veía a un escolar o a un joven merodeando la zona estaban facultados para pedir su documentación, su cartilla militar y si no tenían iban detenidos.
En Tapachula los productores del campo, del café, plátano, ganaderos eran los que tenían el poder adquisitivo y eran los más asediados, como en Ciudad del Carmen los petroleros.
“Tener zonas de tolerancias es contra la moral, pero es un mal necesario porque hay mucho control y ganan las autoridades porque cobran impuestos sobre la participación, sobre los giros rojos que se establecen, ganan todos los transportistas que traen a los clientes y se instalan negocios de otros giros, como farmacias. Todos ganan. Al no haber zonas de tolerancias gana el clandestinaje, con riesgos de contraer una enfermedad, de ser asaltados, no hay control y el municipio no recibe dinero. Es una industria de giros rojos”, asegura Jorge Villanueva.
Bares y escuelas en una misma zona:
A lo largo de toda la 5ª Avenida Sur, desde la 16ª Oriente se establecieron el Siboney, el Río Rosa, El Tequila, El Veracruz, el Boca del Río, el Mazatlán, entre muchos otros.
Todo iba bien, calle muy ancha, muchos negocios, restaurantes, cantinas, pero el gobierno decide construir la Secundaria Federal Número 1 a una cuadra de la zona roja y después construye el Centro de Estudios Superiores del Soconusco (CESS), entonces la zona roja quedó en medio de dos grandes centros escolares y se desataron las protestas de la población, porque los escolares convivían con ese ambientes desde muy temprano y en la noche.
Esta zona roja tuvo vida solo 15 años, desde finales de los 60 hasta los 80.
La Burbuja era el congal más elegante y exclusivo de Tapachula, era de doña Magdalena Monterrosa. Donde llegaba la gente con más poder adquisitivo y estaban las muchachas más solicitadas, la cuales se paseaban en traje de baño de esa época, de una sola pieza y si no, andaban de blusa y de short, con zapatillas, bien pintadas y arregladas, era todo un atrevimiento en ese momento. Se encontraban muchachas de edades de entre 21 a 33 años.
“Había madames como La Bertha, doña Petra Arroyo, un descendiente de japoneses de apellido Toshiro, otro que le decían Mangoelín. Había un homosexual que le decían La Cuca y tenía un negocio de nombre Sexy Sax. Otro que le decían La Sirena y tenía control sobre ciertas muchachas, que si no trabajaban ahí lo hacían desde sus casas y las llamaban para dar algún servicio”, asegura el cronista.
La ciudad pérdida:
A la par de la tercera zona de tolerancia, en la década de los 60’s, sobre la 8ª Avenida Sur y 6ª Avenida Sur, cruzando la avenida del ferrocarril, se ubicaba otra área de prostitución.
El primer giro rojo que había era una cantina que se llamaba La Ciudad Perdida, propiedad de doña Carmen Hipólito, pero se llegaron a establecer otros negocios de giro rojo ya con lenocinio y la gente comenzó a llamar a esta zona la ciudad perdida, pero por la cantina.
Entre los negocios establecidos se encontraban el Mazatlán y el Río Rosa. Era una zona más chica que la de la 5ª Avenida Sur.
No había puente, solo las vías del ferrocarril, así que la entrada era por la 4ª avenida Sur y los parroquianos se metían por calles aledañas. Este es el popular barrio de San Sebastián. Toda esta zona con terrenos que llamaban riberas del Coatán, potreros del Coatán y después se seguían hacia los ranchos, en lo que era la salida hacia Mazatán.
“De los negocios de giros rojos que había hay uno que persiste hoy en día, Las Morenitas, es el único que queda, era un bar y prostíbulo, ahora es table dance”, revela.
El poder adquisitivo de la moneda era alta en esa época. Un par de zapatos de piel costaban 40 pesos, una colegiatura en un colegio bueno andaba por los 35 o 40 pesos mensuales, las camisas costaban 18 pesos. La espiral inflacionaria empezó realmente por los años 64-65, pero antes de eso se mantenía la paridad de los precios, inclusive las botellas de licores eran muy baratas, un refresco, una coca cola costaba 50 centavos, una cerveza andaba entre el 1.50 o 2 pesos. Los arrendamientos de casas-habitación en buena zona, construidas de material, costaban 500 o 600 pesos.
“Los taxis, antes les decíamos libres, la dejada era de dos pesos. Entonces un servicio sexual de una hora costaba de 15 a 20 pesos en promedio en la zona de tolerancia. En las casas de cita eran más caros, de 40 a 50 pesos, y si tenía que salir la que prestaba el servicio el parroquiano tenía que pagar su salida, otros 40 o 50 pesos, más el servicio. El dólar estaba en 12.50. Un boleto de avión de Tapachula a la Ciudad de México por Mexicana de Aviación te costaba 385 pesos y hacía 4 horas de vuelo con escala en Tuxtla Gutiérrez”, describe Villanueva.
Década de los 90’s: Las Huacas
En la década de los 90’s, cuando desapareció la zona roja de Tapachula, todos los antros se fueron a esta parte de la ciudad, conocida como Las Huacas, ubicada entre la carretera Costera y la montaña del panteón.
Era un hondonada con difícil acceso. Los clientes, a pesar de esas dificultades, llegaban. Era de mucho riesgo por su ubicación, está encajonado, con una sola vía para salir a la carretera. Muchos que salían ya tomados se estrellaban con sus unidades en la carretera, hubo muchos accidentes y muchos decesos.
En esta zona solo quedan los rescoldos de las publicidades de los productos que vendían y los nombres que tenían los tugurios.
Aquí fácil había de 15 a 20 tugurios. Hace 15 o 20 años era un problema estacionarse, estaba muy reducido y no estaba pavimentado.
“Sigue funcionando pero muy poco, porque la mayoría está abandonado, y todo surgió a partir del huracán Stan. Inundó toda esta zona y tuvieron que salir. El río se desbordó. Se conoce como Las Huacas porque había un rancho con el mismo nombre, después comenzaron a construir y se convirtió en zona urbana”, finalizó.