Nos formamos para esto y si no estas cuando se necesita, entonces para cuándo”, afirma Iriam Anais González Hidalgo, quien a pesar del riesgo de enfermar, está convencida de que su labor es apoyar a las víctimas de Covid-19, aunque esté lejos de su país.
Cuando llegó a México, el 4 de marzo de 2018, huyendo de las condiciones políticas y económicas de su país natal, Venezuela, Iriam jamás imaginó que dos años después sería asignada para trabajar en el hospital
Enrique Cabrera, del sector salud, habilitado por el gobierno mexicano para atender a enfermos de Covid-19.
El camino había sido tan difícil, que pesar de contar con larga experiencia como médica cirujana en distintos hospitales de Caracas, a su llegada a México tuvo que trabajar en un restaurante en Cuarnavaca, Morelos, y en una farmacia, para subsistir.
“Podría decir que hasta en la adversidad se crece y el Covid me abrió la puerta para trabajar en un hospital de acá, lo que no había podido lograr en dos años”, narra en entrevista con El Sol de México.
Iriam forma parte de un pequeño grupo de diez personas profesionales de la salud, refugiadas o solicitantes de asilo, que fueron contratadas en la Ciudad de México, Aguascalientes y Chiapas, para contribuir a la respuesta del sector a la pandemia.
De acuerdo con la representación del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), 19 refugiados más, profesionales de la salud, ya están en proceso de contratación y se tienen identifcados a otros 114 más —entre médicas, médicos, enfermeros, paramédicos, brigadistas, psicólogos y químicos odontólogos— que podrían sumarse a la batalla en el corto plazo. Para ello, la agencia de la ONU los apoya en la agilización de sus trámites migratorios y profesionales a fin de que consigan su cédula profesional y se sumen al área laboral, donde existe un déficit de médicos.
“No se trata de nacionalidades, raza o color, tenemos que ser fuertes y aportar lo que sabemos, lo que podamos. Al paciente le brindo todo lo que está en mis manos”, agregó Iriam, quien por atender directamente a pacientes contagiados de Covid-19 tuvo que aislarse de sus esposo e hija, a quienes a penas pudo ver la semana pasada, después de casi dos meses de ausencia.
“Una colega me dijo que hay muchos médicos que renunciaron y yo pensaba si todos renunciamos, ¿quién va a atender a los pacientes?. Para esto nos preparamos, no me gustaría que fuera un familiar que pasara por esto y que no tuviera a nadie que lo pudieran atender”, agregó.¿Has sentido miedo a enfrentar a un enemigo totalmente desconocido como es el Covid-19?, se le preguntó.
“El miedo como tal no lo siento, tal vez por la costumbre de estar en urgencias en Venezuela. En cirugía general recibes a heridos por arma de fuego, se amenazan de muerte, es algo del día a día. Estás acostumbrado a manejar las situaciones de estrés del familiar, incluso a manejar la falta de insumos”, señaló.
Y es que esperando no recibir equipo de protección, Iriam invirtió en el propio, pero para su grata sorpresa, el hospital al que fue asignada le ha proveído de todo lo que necesita, lo que le permite concentrarse en la atención médica.
“En estos días he visto de todo, cosas como muy duras, por ejemplo el 10 de mayo, en pleno día de las madres, ingresamos a una señora cuyo esposo había muerto cinco días antes y su hijo también habia sido internado.
Es cuando te das cuenta que mientras hay gente que sigue sin creer que esto es verdad, también hay familias completas a las que el Covid ha golpeado”, agregó Iriam, para quien resulta de suma importancia que la gente entienda la necesidad de seguir las recomendaciones de sana distancia dictadas por las autoridades de salud.
Para Iriam, su refugio en México ha representado una gama de oportunidades, pues además de tener un trabajo con el que retribuye a la sociedad que la ha albergado, también se ha abierto la puerta para una nueva vida.